miércoles, 20 de agosto de 2008

¡Kiap!


Las olimpiadas suelen ser una experiencia entre frustrante y ¿puzzling? ¿baffling? para los habitantes de mi colectivista país. Al igual que en los mundiales pero sin tanta furia y sin tanta parafernalia, los cafés y las mesas de comedor se llenan de gente que dice y repite como borriquito una de las frases más estúpidas que dice cualquier mexicano: ‘Jugamos como nunca y…’ (ya saben cómo termina). Siempre es ‘perdimos’ y ‘ganamos’. El triunfo de un deportista es un triunfo de México. Los medallistas reciben mucha atención y luego quedan en los periódicos de la época. Para los muchos más que se quedan en posiciones de media tabla, como casi cualquier indicador en el que este país participa, siempre se resalta la mediocridad de carácter como la causa de no lograr mejores posiciones y se repite otra fácil pregunta: ¿No podremos sacar a diez buenos entre cien millones?

Esta suposición revela un grave desconocimiento de las leyes de la economía, y más concretamente de la economía institucional. (Por cierto, de entrada la pregunta no aplica porque India es el segundo país más poblado del mundo, con casi mil millones de habitantes y no da una en nada, salvo en hockey de pasto, una herencia colonial de los ingleses). Veamos por qué.
Si nos atenemos a la evidencia histórica, podemos percatarnos que el deporte de alto rendimiento triunfa en tres tipos de países:

- En los países donde el deporte está institucionalizado, es de ‘libre concurrencia’, se maneja por federaciones privadas y se tienen estrictos planes de desarrollo, además de que el deporte posee gustos renovados entre los más jóvenes porque han recibido una excelente educación física en la escuela.

- En los países donde por motivos de raza las personas tienen una ventaja impresionante para ciertos deportes. (i.e. Atletismo)

- Y en los países totalitarios, donde el Estado es capaz de controlar las vidas de los potenciales deportistas a los que les echa el ojo y así puede prepararlos desde la infancia, reclutarlos, alimentarlos, vestirlos y entrenarlos para que ganen medallas y luego se paren en los desfiles para saludar al comandante. Si no me creen, pregúntenle a la URSS cuántas medallas lograba siendo la URSS, cuántas lograba Alemania del Este y cuántas logran Corea del Norte y Cuba.
Hasta donde yo sé, México no entra en ninguna de las tres categorías. Al igual que la India, este país se caracteriza por un Estado gordo y esclerótico, que vivió años y años bajo un partido dominante que tenía todas las ideologías bajo su espeso manto, que cambiaba y cambia de políticas cuando cambia de líder en cualquier organización, y con una pésima educación física.
A mí me hubiera fascinado ser discriminado en un sistema donde la educación física no es precisamente correr tres vueltas al patio y luego jugar la cascarita para terminar reponiendo las fuerzas con una coca bien fría, pero la realidad es radicalmente otra. No podemos pedir dar una en educación física si no damos una en matemáticas y redacción.

Además claro, y esto ya se ha dicho, las federaciones deportivas funcionan en su mayor medida como clubes privados donde los grandes rentistas dueños de academias o simplemente burócratas enquistados por años y años campean a sus anchas. Su torpeza para manejar los trámites y su grado de corrupción le han costado ridículos e incluso la pérdida de la participación en un mundial a los representativos nacionales. Y no es que como digan muchos, que ‘roben’ (que lo deben hacer, tampoco es que sean tontos), sino que los federativos carecen por completo de planeación y de las reglas institucionales que garanticen los resultados en la formación de deportistas de alto nivel. Probablemente éste sea uno de los mayores problemas del deporte nacional, y la solución que muchos esgrimen, que es que la Conade amplíe sus facultades para intervenir las federaciones; sería contraproducente porque primero, el gobierno no tiene derecho a decidir qué hacer con las organizaciones privadas, segundo, el gobierno no tiene por qué usar el dinero que me quita para financiar vanidades (jajaja), y tercero, porque lo haría peor que un montón de federativos corruptos. Telmex es mejor siendo monopolio privado que monopolio público, y lo demás es bullshit.

Por último, el tema del dinero. Mucha gente en México cree que todo se arregla con dinero. No hay día en que alguien solicite ‘más apoyos’ para cualquier cosa. En el caso del deporte, como en muchos casos, supongo que convendría ver que en Estados Unidos el deporte es de financiamiento privado, el arte es de financiamiento privado, los museos son de financiamiento privado y la cinematografía es de financiamiento privado. Aquí el gran problema es que los patrocinadores, que tampoco son tontos, se van por los proyectos que garanticen el mayor retorno, y financiar carreras de deportistas olímpicos no lo es tanto como lo es el fútbol. Así es: somos excesivamente ‘panboleros’. Esto estaría bien y bonito si el país tuviera un competente seleccionado, pero el fútbol sufre de las mismas taras que el resto de los deportes olímpicos, sólo que con mucho más dinero. Ergo, un punto más a la tesis que el problema está en el diseño institucional de las federaciones y menos con el dinero. Cuando la política organizacional ahoga a la operación, entonces la organización está jodida.
Dios mío, si el boxeo mundial está controlado por un mexicano que ha logrado partir a la organización, que ha devaluado el deporte como pocos deportes en la historia y que además, parece que se va a quedar ahí hasta su muerte.

Sin embargo, en todo este desbarajuste cabe mencionar que hay un deporte donde las reglas institucionales son buenas, donde existe un ánimo de práctica, donde la mayoría de las escuelas son privadas y donde hay un excelente pool de competidores. Por ello, México no se ha ido de una olimpiada sin una medalla en Tae-Kwon-Do. El día de hoy, el primer oro.
El Tae fue traído a México por un maestro coreano (no pregunten) que tuvo dos alumnos. Uno de ellos es José Luis Olivares Amores, primer cinta negra mexicano. Y otro de ellos es Sergio Fonseca Martín, el segundo cinta negra y mi tío abuelo político por parte de la hermana menor de mi abuelito. Olivares fundó el IMTKD (Instituto Mexicano de Tae Kwon Do) y mi tío Sergio el Moo-Dook-Kwan, cuyo original aún está disponible en el Gym&Dance de Teca, si me permiten el comercial. En medio del furor setentero por las artes marciales, el Tae fue ganando poco a poco adeptos en las cada vez más comunes escuelas independientes o dentro de academias de natación o clubes deportivos.

Practiqué Tae-Kwon-Do ocho años de mi vida, del 94 al 2002. Durante esos años, en los que no fui bueno y odiaba el combate y me daba mucha hueva ir, vi poco a poco cómo crecía la demanda de los alumnos y cómo iban mejorando los competidores. Fui a un dual meet en el 92 contra Corea del Sur y a los mexicanos les partieron la madre. Dieciséis años después, el Tae se consolida como un deporte que rinde frutos, principalmente por la solidez de las escuelas, por ser un deporte que a los niños les gusta, porque la federación está bien manejada, la selección nacional está bien entrenada y so on. En 1978 Oscar Mendiola fue el primer mexicano en obtener un campeonato mundial. Hoy se le han unido dos chicas más (no pregunten, que no me acuerdo).
Y México tiene cuatro medallas olímpicas en la especialidad.

Todo esto sin la grosera mano del gobierno metiendo mano.

Las anteriores consideraciones deben servir para demostrarnos que efectivamente, depende de la solidez institucional y la alineación estricta de sus objetivos y el desarrollo de incentivos para hacerlos cumplir que una organización pueda declararse triunfadora. El ‘big fart’ del asunto, es que esto es increíblemente difícil si no se hace de inicio. Pero una vez conseguido, lo demás son guarradas.

lunes, 18 de agosto de 2008

El espacio para la creación de una leyenda. (O sobre el nuevo heroísmo)

Como mucha gente, me he preguntado en repetidas ocasiones el porqué de la cada vez menor aparición de ‘leyendas’, ‘genios’ o ‘héroes’ que sean considerados como tal de un modo casi unánime por personas de muchos y muy distintos estilos de vida y concepciones, sin importar si la valoración final fuese positiva o no. Es probablemente una característica con la que debemos de aprender a vivir en este nuevo siglo. Lo que me parece sorprendente es que haya quien crea que éste es un símbolo de decadencia cultural o de corrupción de la civilización, y no, como es simplemente, una cuestión de enfoque. Como firme creyente de haber nacido en una época en la cual cada persona es capaz (o debería ser capaz) de manejar su propia vida sin ataduras coercitivas decididas por un iluminado (sin caer en extremos triunfalistas, como Fukuyama; o estúpidamente místicos, como los neopaganos y sus eras de Acuario), creo también que poco a poco nos hemos ido desprendiendo de esa necesidad de revestir desesperadamente de características heroicas a personas que o no lo eran o no lo merecían, o que eran incapaces siquiera de hacer converger una visión a cierto número de personas. El liderazgo contemporáneo no debe exigir sacrificios, sino sacrificarse como ejemplo. Así, la función liderazgo debería irse alejando notoriamente de seguir a alguien –por ser alguien- hasta alinearse en la definición más o menos óptima: seguir a alguien porque abandera algo, que es algo en lo que yo creo también, y que él es capaz de manejar los recursos para llegar a ese algo mucho mejor de lo que yo podría hacerlo. Hasta ahí, bien.
Sin embargo, esa tendencia que algunos llaman ‘final de la gran época de las ideologías’ no me parece que sea la causa principal de la cada vez menos aparición de ‘héroes’ considerados tal por mucha gente y a la vez, el surgimiento ocasional de ‘héroes’ considerados así por sí mismos y por un grupúsculo de seguidores, aunque pongan en peligro a todos los demás. Como he dicho, es una cuestión de enfoque.
A mi parecer una de las principales razones por la cual la tasa de creación de leyendas se ha desplomado; es precisamente porque los candidatos a ‘leyenda’ se hallan debajo de un escrutinio público feroz y a un control y supervisión de sus respectivas vidas por los medios de comunicación tan tremendo que al primer error, se acabó la candidatura. Y al fin y al cabo, uno puede equivocarse (o dar la sensación de que lo ha hecho) en ene ocasiones, siempre y cuando se extinga de una manera tal que quede muy poca apreciación de los mismos y mucha más de lo que pudo ser y no fue, o lo que era cuando era.
Me explico con un ejemplo: El último gran ‘héroe’ o ‘leyenda’ fue un músico inglés, del Merseyside, llamado John Lennon. (Si preguntan por qué lo he escogido, es simplemente porque es la última biografía en mi enciclopedia de ‘Grandes Biografías’). Casi todo mundo, yo incluido, está de acuerdo en que John Lennon fue un genio. Y no solo un genio. Un maldito genio. Aunque se pueda reconocer que no cantaba demasiado bien y que al final terminó siendo representante de un buenismo tonto que no lleva a nada, que es inofensivo en manos de un artista pero increíblemente destructivo en manos de un político con ganas; la figura y la llamada ‘estatura moral’ que es un juego de apreciaciones nada objetivo y nada racional, coloca al señor Lennon como uno de los grandes de la Historia. Y no tuvo que hacer demasiado, salvo componer poesías gloriosas y obras maestras (‘Déjame llevarte, porque voy a los campos de fresa, donde nada es real y donde nada es para sentirse atribulado’), y pasar su vida desafiando a cuanta convención social encontró, llevándose entre las patas, por supuesto, al más grande grupo musical de la Historia. No tuvo cuidado en su propia imagen (al menos no como Byron, otro escandaloso, pero con un manejo de imagen pública impresionante), sino que sólo provocó el entusiasmo de muchos por hacer cuanto le vino en gana y seguir estrictamente sólo ese código moral. Porque, seamos sinceros, sus ideas no llevan a nadie a ningún lado si no vienen con un buen cargamento de objetivos y estrategias. Meterse en la cama no hace por la Paz Mundial (trademark) lo que hubiera hecho la Ronda de Doha de haber triunfado.
Sin embargo, John Lennon nunca hubiera alcanzado esta imagen a los ojos del mundo si no hubiera muerto de la manera en que lo hizo. Los demás Beatles son leyendas vivientes (minus Harrison) pero no simbolizan el idealismo por la paz y la hermandad, porque sencillamente los hemos visto cagarla en muchas ocasiones, en demasiadas si se quiere. Conocemos de sobra lo que ocurrió con la segunda esposa de Paul McCartney, lo que pidió en el divorcio y por qué le faltaban las piernas. Sabemos que Ringo Starr salió de cavernícola y que ahí conoció a su propia chica Bond. Y qué padre, la verdad. Pero pensemos ahora en el gran idealista que cantaba para darle la oportunidad a la paz y que estaba en su segundo aire cuando un loco con muy buenos gustos literarios le disparó por la espalda en cinco ocasiones. La leyenda se hizo al instante.
Es decir, y esto es muy aventurado, que si John Lennon hubiera vivido hubiera llegado un momento en que sus protestas, sus canciones y los performances de su esposa hubieran aburrido a la opinión pública.
Al fin y al cabo, muchos de los héroes contemporáneos lo son tal porque no hemos tenido la oportunidad de verlos cagarla, y si lo hemos hecho, han muerto con la violencia necesaria para borrar tal memoria.
¿Qué hubiera hecho Gandhi si después de un rato lo hubieran hecho presidente de la India? Pregúntenle al Partido del Congreso, el gran PRI hindú. ¿Qué hubiera hecho Martin Luther King de vivir para ver cristalizar su movimiento? Pregúntenle a Jesse Jackson en sus recientes declaraciones sobre Barack Obama. Y una más difícil. ¿Qué hubiera hecho el Doctor Salvador Allende de continuar en el gobierno de Chile? Pregúntenles a los ciudadanos del único país de Latinoamérica que la está haciendo y haciendo bien si hubieran querido continuar con la hiperinflación, las carencias y la crisis que cierto modelo generó (y eso no quiere decir que les hayan gustado las desapariciones, las torturas y las ejecuciones saltando de aviones).
Al fin y al cabo, el chiste aquí es que contemporáneamente, el heroísmo se ha convertido en un juego de espejismos donde la percepción creada por quienes tienen la capacidad de hacer llegar sus opiniones a mucha más gente (y más si esta gente los considera autoridades dignas de normar sus criterios) es la que cuenta mucho. Pero también cuenta nuestro increíble morbo por las vidas consideradas trágicas. Somos muy telenoveleros. Y la vida real, mucho me temo, dista de ser el modelo de tragedia donde un gran desequilibrio en las fuerzas que mueven el universo sólo era salvado mediante la muerte de un protagonista.
Del mismo modo, el modelo de ‘heroísmo’ propuesto por Campbell es increíblemente claro: un llamado a la aventura, la búsqueda de un gran incentivo final, un camino lleno de tribulaciones, el gran enfrentamiento con el Némesis y el retorno al hogar. Desafortunada y/o afortunadamente, me suena a que aplica para cualquier persona. ¿Entonces?