Como mucha gente, me he preguntado en repetidas ocasiones el porqué de la cada vez menor aparición de ‘leyendas’, ‘genios’ o ‘héroes’ que sean considerados como tal de un modo casi unánime por personas de muchos y muy distintos estilos de vida y concepciones, sin importar si la valoración final fuese positiva o no. Es probablemente una característica con la que debemos de aprender a vivir en este nuevo siglo. Lo que me parece sorprendente es que haya quien crea que éste es un símbolo de decadencia cultural o de corrupción de la civilización, y no, como es simplemente, una cuestión de enfoque. Como firme creyente de haber nacido en una época en la cual cada persona es capaz (o debería ser capaz) de manejar su propia vida sin ataduras coercitivas decididas por un iluminado (sin caer en extremos triunfalistas, como Fukuyama; o estúpidamente místicos, como los neopaganos y sus eras de Acuario), creo también que poco a poco nos hemos ido desprendiendo de esa necesidad de revestir desesperadamente de características heroicas a personas que o no lo eran o no lo merecían, o que eran incapaces siquiera de hacer converger una visión a cierto número de personas. El liderazgo contemporáneo no debe exigir sacrificios, sino sacrificarse como ejemplo. Así, la función liderazgo debería irse alejando notoriamente de seguir a alguien –por ser alguien- hasta alinearse en la definición más o menos óptima: seguir a alguien porque abandera algo, que es algo en lo que yo creo también, y que él es capaz de manejar los recursos para llegar a ese algo mucho mejor de lo que yo podría hacerlo. Hasta ahí, bien.
Sin embargo, esa tendencia que algunos llaman ‘final de la gran época de las ideologías’ no me parece que sea la causa principal de la cada vez menos aparición de ‘héroes’ considerados tal por mucha gente y a la vez, el surgimiento ocasional de ‘héroes’ considerados así por sí mismos y por un grupúsculo de seguidores, aunque pongan en peligro a todos los demás. Como he dicho, es una cuestión de enfoque.
A mi parecer una de las principales razones por la cual la tasa de creación de leyendas se ha desplomado; es precisamente porque los candidatos a ‘leyenda’ se hallan debajo de un escrutinio público feroz y a un control y supervisión de sus respectivas vidas por los medios de comunicación tan tremendo que al primer error, se acabó la candidatura. Y al fin y al cabo, uno puede equivocarse (o dar la sensación de que lo ha hecho) en ene ocasiones, siempre y cuando se extinga de una manera tal que quede muy poca apreciación de los mismos y mucha más de lo que pudo ser y no fue, o lo que era cuando era.
Me explico con un ejemplo: El último gran ‘héroe’ o ‘leyenda’ fue un músico inglés, del Merseyside, llamado John Lennon. (Si preguntan por qué lo he escogido, es simplemente porque es la última biografía en mi enciclopedia de ‘Grandes Biografías’). Casi todo mundo, yo incluido, está de acuerdo en que John Lennon fue un genio. Y no solo un genio. Un maldito genio. Aunque se pueda reconocer que no cantaba demasiado bien y que al final terminó siendo representante de un buenismo tonto que no lleva a nada, que es inofensivo en manos de un artista pero increíblemente destructivo en manos de un político con ganas; la figura y la llamada ‘estatura moral’ que es un juego de apreciaciones nada objetivo y nada racional, coloca al señor Lennon como uno de los grandes de la Historia. Y no tuvo que hacer demasiado, salvo componer poesías gloriosas y obras maestras (‘Déjame llevarte, porque voy a los campos de fresa, donde nada es real y donde nada es para sentirse atribulado’), y pasar su vida desafiando a cuanta convención social encontró, llevándose entre las patas, por supuesto, al más grande grupo musical de la Historia. No tuvo cuidado en su propia imagen (al menos no como Byron, otro escandaloso, pero con un manejo de imagen pública impresionante), sino que sólo provocó el entusiasmo de muchos por hacer cuanto le vino en gana y seguir estrictamente sólo ese código moral. Porque, seamos sinceros, sus ideas no llevan a nadie a ningún lado si no vienen con un buen cargamento de objetivos y estrategias. Meterse en la cama no hace por la Paz Mundial (trademark) lo que hubiera hecho la Ronda de Doha de haber triunfado.
Sin embargo, John Lennon nunca hubiera alcanzado esta imagen a los ojos del mundo si no hubiera muerto de la manera en que lo hizo. Los demás Beatles son leyendas vivientes (minus Harrison) pero no simbolizan el idealismo por la paz y la hermandad, porque sencillamente los hemos visto cagarla en muchas ocasiones, en demasiadas si se quiere. Conocemos de sobra lo que ocurrió con la segunda esposa de Paul McCartney, lo que pidió en el divorcio y por qué le faltaban las piernas. Sabemos que Ringo Starr salió de cavernícola y que ahí conoció a su propia chica Bond. Y qué padre, la verdad. Pero pensemos ahora en el gran idealista que cantaba para darle la oportunidad a la paz y que estaba en su segundo aire cuando un loco con muy buenos gustos literarios le disparó por la espalda en cinco ocasiones. La leyenda se hizo al instante.
Es decir, y esto es muy aventurado, que si John Lennon hubiera vivido hubiera llegado un momento en que sus protestas, sus canciones y los performances de su esposa hubieran aburrido a la opinión pública.
Al fin y al cabo, muchos de los héroes contemporáneos lo son tal porque no hemos tenido la oportunidad de verlos cagarla, y si lo hemos hecho, han muerto con la violencia necesaria para borrar tal memoria.
¿Qué hubiera hecho Gandhi si después de un rato lo hubieran hecho presidente de la India? Pregúntenle al Partido del Congreso, el gran PRI hindú. ¿Qué hubiera hecho Martin Luther King de vivir para ver cristalizar su movimiento? Pregúntenle a Jesse Jackson en sus recientes declaraciones sobre Barack Obama. Y una más difícil. ¿Qué hubiera hecho el Doctor Salvador Allende de continuar en el gobierno de Chile? Pregúntenles a los ciudadanos del único país de Latinoamérica que la está haciendo y haciendo bien si hubieran querido continuar con la hiperinflación, las carencias y la crisis que cierto modelo generó (y eso no quiere decir que les hayan gustado las desapariciones, las torturas y las ejecuciones saltando de aviones).
Al fin y al cabo, el chiste aquí es que contemporáneamente, el heroísmo se ha convertido en un juego de espejismos donde la percepción creada por quienes tienen la capacidad de hacer llegar sus opiniones a mucha más gente (y más si esta gente los considera autoridades dignas de normar sus criterios) es la que cuenta mucho. Pero también cuenta nuestro increíble morbo por las vidas consideradas trágicas. Somos muy telenoveleros. Y la vida real, mucho me temo, dista de ser el modelo de tragedia donde un gran desequilibrio en las fuerzas que mueven el universo sólo era salvado mediante la muerte de un protagonista.
Del mismo modo, el modelo de ‘heroísmo’ propuesto por Campbell es increíblemente claro: un llamado a la aventura, la búsqueda de un gran incentivo final, un camino lleno de tribulaciones, el gran enfrentamiento con el Némesis y el retorno al hogar. Desafortunada y/o afortunadamente, me suena a que aplica para cualquier persona. ¿Entonces?
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