miércoles, 21 de octubre de 2009

Chanson du Satélite

Cada miércoles cuando salgo en la madrugada, aparece ante mis pies la última copia del Ecos, que una camioneta siempre deposita grácilmente a toda velocidad. Y aunque recuerdo bien que la sección de cartas (que suelen ser el pareto inverso del periódico: el 20-80) siempre se ha tratado de quejas clásicas satelucas que demuestran un exagerado credo NIMBY (‘not in my backyard’), últimamente leer este periódico me ha causado más y más malestares.

El tema de moda, por supuesto, es el famoso Viaducto Elevado Bicentenario (AKA ‘Segundo Piso de Periférico Norte’). Muchos de los vecinos se han sentido ultrajados por el hecho de que la vialidad en cuestión es de cuota. Cinco pesotes cuesta el recorrido desde Lomas Verdes hasta el Toreo o viceversa en la tarde. Y claro, la primera razón que aducen estos satelucos para inconformarse por el cobro es que el ‘Segundo Piso de Periférico Sur’ no lo cobran.

¿Pues qué creen? Great news, gentlemen! El Segundo Piso de Periférico Sur SÍ lo cobran. Lo cobran hoy y lo cobran a los hijos de los chilangos con la deuda en la que incurrió nuestro amigo el Peje y que tendrá que pagarse de alguna forma. Si es endeudamiento, sus hijos lo pagan. Si es déficit, que causa inflación, sus hijos lo pagan.

Por cierto que en Santiago de Chile el túnel bajo el río Mapocho y en Sydney el túnel de Lane Cove lo cobran al igual que se hace con el Viaducto Elevado. Y hasta donde sé, nadie se ha quejado porque los ciudadanos no fueron acostumbrados por siglos a chupar de las ubres del gobierno. El segundo piso es una vialidad de cuota al igual que las carreteras: si quieres algo mejor, pues paga.

Me preocupa mucho la extendida creencia entre muchos vecinos de Satélite que la escasez no existe: que el gobierno es un hada madrina que debe regalar cosas porque sí, o porque ésa es su tarea.

Sé que muchos se han escudado en que ‘pagamos impuestos para ello’. Pues muy bien, señores: sus impuestos no financian infraestructura, al menos no en gran medida. Sus impuestos financian el gasto corriente del gobierno y toda una serie de prebendas para grupos de interés que siempre piden ‘más apoyos’: ya sea el agro, la educación, el cine, ‘la industria nacional’ o lo que sea.
No se puede chiflar y comer pinole: si quieren educación pública gratuita, seguro social, INFONAVIT, ISSSTE, UNAM, CONACYT, PROCAMPO, oportunidades, Seguro Popular, los gastos básicos del Estado que son procuración de justicia y defensa y además todavía carreteras y puentes… y seguir pagando IVA con productos a tasa cero, no pues estamos fritos.

Señores, es momento de despertar de una gran ficción: que podíamos vivir en un país con altísimos gastos ‘de bienestar’ y pocos impuestos. El Petróleo (a Dios gracias) ya se está acabando y nos está haciendo despertar a nuestra realidad: el gobierno no puede pagar sus gastos sin emitir deuda o subir impuestos. La única alternativa económicamente racional implica lógicamente recortes brutales al gasto público, pero oposición de los clásicos piqueteros que defienden ‘causas sociales’. (y probablemente oposición de muchos de ustedes también).Creo que es momento de dejar de chuparse el dedo y creer que basta con ‘gobernantes patriotas que amen a México’ para que de repente todo cambie. Es un grado de ingenuidad de verdad infantil. El gobierno no sirve para hacernos felices. El gobierno no sirve para procurar nuestro bienestar. El gobierno sólo sirve para evitar que nuestra vida, libertad o propiedad se vean vulneradas, y de ahí para adelante dejarnos en paz. Y hasta que no pongamos un freno a todas sus actividades que son dizque para darnos bienestar y limitemos fuertemente la labor del gobierno, todo seguirá igual. Punto. Todo lo demás es aire.

lunes, 12 de octubre de 2009

La Hombrada

De manera impactante, pero calculada y quirúrgica, como ha sido cada vez que cae un conflicto fuerte a esta administración, el gobierno federal ha hecho la hombrada de aventarse algo que he deseado políticamente desde que tengo doce años: Liquidar a Luz y Fuerza del Centro. Empresa ruin, ineficiente, dipsómana de dinero público, conformada en su mayoría por gente grosera, adocenada a una ideología caduca, violenta como pocas, con unos privilegios que un ejecutivo de una trasnacional envidiaría. En suma, una mentada de madre para el consumidor que debía tomar una fuerte dosis de agua y de ajo cada vez que el medidor no funcionaba y le llegaban consumos estratosféricos. Irse a quejar resultaba en malas caras, en hombros encogidos, en múltiples formaciones en filas diversas. Lo que más me enardecía / daba risa de acuerdo a mi humor, solía ser el hecho de que en las oficinas no tenían computadoras.

Pero el sábado por la tarde, después de que la selección calificara al mundial, el gobierno hizo la hombrada y mediante un decreto decidió liquidar a la empresa. Costará un dineral, y los trabajadores serán liquidados como si merecieran un premio, pero la sangría que sus pensiones representaba casi un cuarto del dinero que le falta al gobierno para el año que entra. Casi 42 MMMMXP (cuarenta y dos mil millones de pesos). Con todas sus letras, es una mentada de madre: empresa de más de 40000 empleados que puede operar con 8000, gente que se jubila con el 300% de su sueldo y le regalan la luz, gente que le pone luz al ¡EZLN!

Para mí es indescriptible la alegría de escuchar el anuncio en las noticias de un sábado por la noche. Triunfó el usuario, el consumidor atado a la irracional brutalidad de un monopolio público. Y como han dicho muchos, triunfó México.

¿Qué espero a partir de aquí? Pues no mucho: un trato similar para todos aquellos que estructuralmente tienen enquistado a este país. Manotazos, que así se debe gobernar contra quienes a favor y en contra ostentan privilegios inenarrables.

La batalla será larga. Vendrán y se rasgarán las vestiduras clamando autonomía sindical, respeto al trabajador y demás argumentos de plañideras a modo. Habrá protestas que desatarán la virulencia total de una de las peores herencias del antígeno que colmó todas las estructuras de este país a lo largo del siglo pasado. Pero no hay marcha atrás. O no debe haberla. Una de las virtudes de esta administración ha sido la de no rajarse ante los conflictos, aunque eso sí, se tenga un miedo irracional a generarlos. Tal vez, después de todo, me he equivocado y sí existe voluntad para remover, al costo que sea, el manto que impide el vuelo libre de México.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

El último paradigma

En una de mis aventuras náuticas por el Internet me encontré con un artículo de Foreign Policy donde se sugiere que las clases medias de hoy día en los países emergentes (maldito eufemismo para una generalización torpe y terrible) en lugar de pelear por la democracia y la expansión de las libertades civiles, lo están haciendo en contra, incluso derribando gobiernos y sustituyéndolos por élites. Caso concreto: Tailandia. Y razón concreta: porque la democracia permite que la mayoría gane. Y cuando la mayoría, a la que las clases medias no pertenecen lo hace, es muy fácil caer en la seducción del populismo fácil.

Al fin y al cabo, el vicio central de querer jugar al consenso en todo. En países donde la gran mayoría de la población no está económicamente educada (¿Y en cuáles lo está? Los países más económicamente libres lo son no porque la gente sepa economía, sino porque nacieron de violentas o pacíficas rupturas contra variopintos dominios y esto ha creado una saludabilísima desconfianza al Estado), la gran mayoría de la población vota por sus paradigmas, y como dice Bryan Caplan, esos paradigmas son prejuicios anti-mercado, anti-extranjeros, creación de empleos a como dé lugar, y pesimismo. El perfecto coctel para la economía del desastre.
Otro gran tema y cruz de la democracia es el asunto de los intereses dispersos contra los intereses concentrados: los intereses del público (dispersos) no pueden influir en la toma de decisiones de política pública como lo pueden hacer los intereses de poderosos grupos de presión como sindicatos y cúpulas (concentrados), que van obviamente en contra de un mercado sano y competitivo. Y el caso éste de la Elección Pública: la gente no sabe y no le importa la viabilidad de los desgarriates de política pública que se cometen en su nombre.

Por todo esto, la democracia en sí misma, es un sistema de gobierno viciado de consecuencias, mas no de origen: es el menos peor de los sistemas si hablamos de filosofía política. El problema viene en los detalles: por todas las razones anteriores, la sociedad liberal y la economía liberal, éticas en causas y consecuencias, no puede realizarse ni sobrevivir al largo plazo en un sistema democrático.

Y no han faltado los teóricos liberales que han buscado formas de enfrentar esta cuestión: el economista Paul Romer solicitando que los servicios que no pueda ofrecer un Estado le sean ‘outsorceados’ a otro, Patri Friedman buscando la manera de crear comunidades autónomas en altamar, o incluso Jason Sorens convenciendo a gringos liberales a irse a vivir a New Hampshire en masa.

Sin querer discutir lo que pienso de estos intentos, quiero pensar en un concepto que subraya el quid del asunto: que un país es un monopolio en sí mismo, con fuertes barreras a la entrada, y que coopera con otros monopolios similares para mantenerse así. Buena parte de la solución estaría en hacer de los países entes verdaderamente competitivos, que compitieran entre ellos en asuntos fiscales y regulatorios para atraerse la mejor gente y a las mejores empresas a vivir allí.

El argumento antiliberal clásico contra esta noción (se piensa que ya ocurre, cuando no es cierto) es que esto ocasionaría una ‘carrera al fondo’ donde los países bajarían sus regulaciones medioambientales hasta (bostezo) acabar con el planeta. Y la respuesta clásica está también en el centro de la noción que estos liberales proponen: que un Estado debe ser visto como un proveedor de servicios más, que en este caso provee el más importante, llamado Estado de Derecho, el cual es el factor clave para hacer habitable un país. Es decir, los países más eficientes son aquellos donde impera el Estado de Derecho, y poniendo a competir a los distintos Estados entre sí, se crearía un sano régimen competitivo donde las condiciones más libres y más prósperas eventualmente triunfarían.

Es, eventualmente, terminar con una de las nociones de las que soy más enemigo: que el gobierno debe buscar el bien común. ¡Falso! El gobierno debe ser una sociedad más, que ofrezca servicios y tenga la misma utilidad que otras, o si no que se vaya. Convertir al contrato social en un contrato individual si donde a mí no me gusta haber nacido en este país porque es una carga y limita mi libertad y lo que quiera, pues me voy a otro donde mi individualidad sea más valorada y yo no sea una res más a llevar a las urnas.

Fascinante, ¿No?

viernes, 25 de septiembre de 2009

Esto es la vida real

Esto es la vida real.

El sueño con el que alguna vez soñé desde que terminó el infelice asunto del IMEF ha llegado a mí como la desembocadura de un río que se esperaba de un caudal distinto al que en realidad fue.

El día que cumplí los 23 años terminó el segundo gran bloque de mi vida. Mi adolescencia que comenzó en el mágico año de 1999, que tuvo un corte de caja muy fuerte en 2005 con el fin de la generación, termina en este 2009 en una calma tranquilizante: orgullosamente puedo decir que terminé satisfecho, sin ningún issue significativo o irremediable con el pasado. Como diríamos en la lengua vernácula de mi compañía: muchos verdes y pocos amarillos en mi life scorecard.
Y claro, es un asunto que contrasta radicalmente con los últimos meses de la carrera, que me hicieron sospechar de mi propia estabilidad mental como nunca antes en mi vida. A los cambios de humor de un día para otro, a las risotadas seguidas de horas de silencio y meditación, al aburrimiento definido por William Sutcliffe como ‘aburrimiento del tipo qué-sentido-tiene-estar-vivo’, siguió una calma y una satisfacción como pocas.

En realidad, sólo había un factor, y sólo uno, que decidiría el éxito o el fracaso de mis años universitarios (qué injusto, verdad?) y cuando éste se arregló de una manera que provocó una bifurcación en mi camino, todo pareció arreglarse. En lugar de una anticlimática fiesta, como en la prepa, decidí declinar la asistencia a mi graduación (error del que sigo sin arrepentirme) y mejor me fui de viaje al lugar con el que siempre había soñado, aprovechando la oportunidad de compartir el momento con uno de mis mejores amigos. Y aunque el momento del viaje no fue óptimo para alinear agendas, para mí sí significó un ejercicio de cierre grandioso y que tiene ese mágico poder de hacerme sonreír cada que pienso en él.

Creo profundamente que una gran pregunta que nos da pistas sobre si estamos desfalcando a nuestra propia vida o no es: ¿Qué opinaría de mí ahora el yo de hace diez años? Y cada que pienso en este viaje, creo que ese yo me sonreiría y alzaría los pulgares cuando descubriera que intentaría surfear por primera vez en su vida compartiendo el momento con su ahora hermano L… , en la ciudad de Sydney en una tarde de junio.

Ahora comienza la vida real. Tengo responsabilidades fuertes en mi trabajo (que provocan un resplandeciente estrés), y tengo que tratar con el engorroso tema de mi desfalleciente servicio social antes de titularme. También tengo que reemplazar un par de activos y tengo que mentalizarme para poder regresar después de ocho años a uno de mis tres terruños: Orange County. Tengo muchísimo que leer. Muchísimo que escribir y, hopefully, muchísimos momentos que compartir con mi gente en muchísimos lugares. Por primera vez he escrito mi ‘life plan for the year ahead’ y mis metas son más claras que nunca.

Por primera vez en 20 años no regresé en agosto voluntariamente a la escuela. Obviamente no pude evitar sentirme extraño y extrañado de eso, muy a pesar de que el último año y medio mi vida académica fue de nula a pésima y cada vez le tomé más animadversión a mi Universidad y a mi grupo. Faltar a la graduación fue una consecuencia lógica.

Sin embargo, a veces siento que he sido horriblemente injusto con mis cuatro años en la Universidad. Cuando veo en retrospectiva, me siento feliz con el recuerdo los dos primeros semestres, cuando yo hablaba del ‘Nuevo Mundo’ y el FA era un grupo de gente unida que se volaba las clases en masa y se iba a comer tacos antes de los exámenes de academia de matemáticas y contabilidad (que para mí, en mi fantasiosa mente, era como presentar los OWLs y los NEWTs hogwartianos en el comedor). Y a pesar de las desgracias que ocurrieron en tercero, recordar el cuarto semestre con su tranquilidad, con la única salida nucleada extramuros a Cuerna, con el entusiasta comienzo del infelice asunto del IMEF, y sobretodo con la Segunda Odisea y lo que significó. Y quinto, cuando el IMEF estaba a todo lo que daba, con el congreso de Monterrey y el conflicto que provocó, con las grandes navidades del 2007 y con mi primera salida del continente… Y aunque sienta que a partir de sexto todo se fue al carajo, también hubo cosas que rescatar, como detallo a continuación.

Probablemente me siento muy ingrato con el asunto del Consejo de FinanzasUP. Lo tomé como una tregua para evitar un baño de sangre, y aunque el desgano me venció los primeros meses, en Octubre de 2008 comenzó a pagar sus frutos para terminar en algo frondoso y con un gran futuro. Al lado de un grupo maravilloso de personas, hicimos dos integraciones extramuros, una gloriosa semana nacional de educación financiera que de la mejor y más ética manera logró opacar al IMEF, y finalmente una fiesta catártica en la que me sentía a la vez tan vacío y tan feliz que no medí las cosas y terminé haciendo writeoffs por activos equivalentes a lo que costaría un buen fin de semana en Cancún.

No puedo sino contrastar que aunque considero que el Comité en la prepa hizo de mi generación la más bella y que nosotros le enseñamos al CMT nuevas maneras de soñar, en realidad fuimos una generación más, que pasó por mucho y terminó muy bien pero hasta ahí; y en cambio el Consejo de FinanzasUP es un esfuerzo completamente going, que dio sus frutos y que convirtió a la carrera más apática de la UP en la más unida, la más integrada y una de las que más valor le agrega a actividades extraclase en la Universidad.

Durante estos cuatro años adopté el pensamiento liberal, escribí una novela de quinientas páginas, comencé a tener más respeto por mí haciendo ejercicio en el gimnasio, hice tres grandes amigos, hice más de quince buenos compañeros, viajé más que bien, hermané más con el núcleo, pasé más de sesenta materias que equivalen a más de doscientos exámenes entre parciales y finales, y terminé una licenciatura. Pero también me salió una hernia en la espalda, me volví más cáustico y malhablado, más explosivo y malhumorado, me cerré oportunidades de viaje, me peleé a muerte por una estupidez, eché a perder el trabajo de un año en ello, y terminé deseando no haber estado nunca allí.

Es extraño. Probablemente en algunos años aprenderé a valorar los cuatro años de mi vida universitaria de otro modo. Y aunque me regañen cada vez que lo compare con la prepa, sigo creyendo que el tiempo que pasé en la universidad no pasa por una experiencia que añada valor a la película de mi vida. Como experiencia, claro.

Pero bueno, lo que importa es que estoy en un óptimo histórico, más feliz que nunca, y satisfecho de que todo se haya acabado. Hay muchísimo por delante, unas responsabilidades tremendas y proyectos a completar. Y aunque el fantasma de la incertidumbre siempre ronda por ahí, creo que debería dejar de preocuparme, porque siempre he aprendido de cada experiencia en la que he visto al miedo de frente.

Sigamos por ese camino.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Sí, Himeku... debo estar de vuelta

A pesar de que tenemos muchas cosas qué hacer en la chamba, sería genial reiniciar nuestras peripecias literarias.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Eso que dicen de los poderes fácticos...

Por doquier, en casi cualquier periódico y en muchas conversaciones de cafetería, casi siempre surge una sarta de palabrejas que en mayor o menor medida son o inventadas por los comentaristas políticos o que son producto de la fantabulosa dialéctica que parece empapar desde siempre a muchas escuelas de sociología (i.e. ‘forma/función’, ‘orden’/’progreso’). Entre esta sarta me intriga mucho el repetido uso de las palabras ‘poderes fácticos’ en contraposición a ‘poderes formales’, casi siempre en un contexto donde se enfatiza que los primeros son una especie de monstruos o gente en las sombras que tiene a bien controlar todos los designios y destinos del país. Incluso el periodista Jorge Zepeda Patterson escribió un libraco de ocasión política donde contaba las vidas y las descripciones de las personas (bien conocidas, por cierto) que según él son los dueños de México.

El uso repetido de esta frase de ‘poderes fácticos’ ha sido enarbolado también como una bandera izquierdota para justificar y explicar el estancamiento en la agenda política durante el gobierno de Fox y después de un comienzo calculado y pujante, ahora comienza a ser lo mismo con el gobierno de Calderón. Dicen que los poderes fácticos son aquellas ataduras que impiden que el gobierno venga a salvar los intereses ‘de la ciudadanía’ en el discurso más centrado o ‘del pueblo’ en el más radical.

En este caso es innegable que algunas de las personas que han sido señaladas como poderosos fácticos hayan contribuido a la victoria de Calderón (que a mi parecer es absolutamente inobjetable) para conservar algunos privilegios, sobretodo en el caso del sindicato educativo, cuyo caso fue más una venganza de carácter personal con un pequeño premio al final. Pero de ahí a afirmar que esta gente controla los destinos de México es un error sumamente burdo que practican todos aquellos que creen en el determinismo histórico tan denunciado por Popper como el germen de muchas malvadas tiranías.

Quienes creemos que casi todos los aspectos de esta vida son estocásticos (de hecho, que el único aspecto determinístico es la muerte) difícilmente podemos creer que haya alguien que ‘controle’ un país de ciento y pico millones de habitantes con sus decisiones. Y sobretodo, que somos incapaces de creer que quien pueda retirar este ‘control’ se lo quede para beneficiar a los que no lo tienen y así llegar a lo que tantos ilusos definen como ‘bien común’. Al final, pura retórica estatista.

Esto de los poderes fácticos tiene una explicación económica más sencilla: estas personas o grupos son lo que llamamos ‘buscadores de rentas’. Es decir, quienes al margen de la competencia de mercado han obtenido canonjías y privilegios que les permiten hacer no-óptimos los outcomes o las salidas del proceso. El monopolio, para quienes no sepan, sólo es sostenible cuando se protege con leyes. El sindicato es el clásico buscador de rentas que controla el precio de equilibrio de la oferta-demanda de trabajo. Mismo caso con la organización gremial. Y estas personas en su conjunto evitan en mayor o menor medida que el mercado sea un juego limpio. Eso, por supuesto, no equivale a decir que controlen el país. Lo que hacen es limitar su competitividad y dañar la integridad del juego institucional donde ningún sistema que se precie de ser liberal o capitalista puede obtener los resultados necesarios.

¿Qué hacer, entonces? En este caso, nos hemos topado con una de las grandes desventajas de la democracia: dado que el votante es naturalmente estúpido (ya lo dijo Bryan Caplan) y vota de manera estúpida, su voluntad es fácilmente coercible en una estructura corporativista, por lo que la manutención de esta estructura termina moviendo las elecciones, máxime cuando cada grupo de presión vende su voto al mejor postor.

Este dilema aparentemente irresoluble sólo tiene un camino de salida y no es nada agradable: hay que leer a los clásicos. Deshacer este entrampado, mucho me temo, sí requiere de la actuación del príncipe. ¿Cómo? Con todo dolor cercenando las manos que dan de comer a sus enemigos, y mordiendo hasta arrancar las manos que le dan de comer a él una vez afianzado su poder. ¿Es un acto de valentía? Sí. ¿Requiere de violencia? También. ¿Carece de toda ética? Muy probablemente. Pero salir de esto, en este triste caso, en países donde el corporativismo campea, sólo ha podido ser solucionado mediante la violencia.

miércoles, 20 de agosto de 2008

¡Kiap!


Las olimpiadas suelen ser una experiencia entre frustrante y ¿puzzling? ¿baffling? para los habitantes de mi colectivista país. Al igual que en los mundiales pero sin tanta furia y sin tanta parafernalia, los cafés y las mesas de comedor se llenan de gente que dice y repite como borriquito una de las frases más estúpidas que dice cualquier mexicano: ‘Jugamos como nunca y…’ (ya saben cómo termina). Siempre es ‘perdimos’ y ‘ganamos’. El triunfo de un deportista es un triunfo de México. Los medallistas reciben mucha atención y luego quedan en los periódicos de la época. Para los muchos más que se quedan en posiciones de media tabla, como casi cualquier indicador en el que este país participa, siempre se resalta la mediocridad de carácter como la causa de no lograr mejores posiciones y se repite otra fácil pregunta: ¿No podremos sacar a diez buenos entre cien millones?

Esta suposición revela un grave desconocimiento de las leyes de la economía, y más concretamente de la economía institucional. (Por cierto, de entrada la pregunta no aplica porque India es el segundo país más poblado del mundo, con casi mil millones de habitantes y no da una en nada, salvo en hockey de pasto, una herencia colonial de los ingleses). Veamos por qué.
Si nos atenemos a la evidencia histórica, podemos percatarnos que el deporte de alto rendimiento triunfa en tres tipos de países:

- En los países donde el deporte está institucionalizado, es de ‘libre concurrencia’, se maneja por federaciones privadas y se tienen estrictos planes de desarrollo, además de que el deporte posee gustos renovados entre los más jóvenes porque han recibido una excelente educación física en la escuela.

- En los países donde por motivos de raza las personas tienen una ventaja impresionante para ciertos deportes. (i.e. Atletismo)

- Y en los países totalitarios, donde el Estado es capaz de controlar las vidas de los potenciales deportistas a los que les echa el ojo y así puede prepararlos desde la infancia, reclutarlos, alimentarlos, vestirlos y entrenarlos para que ganen medallas y luego se paren en los desfiles para saludar al comandante. Si no me creen, pregúntenle a la URSS cuántas medallas lograba siendo la URSS, cuántas lograba Alemania del Este y cuántas logran Corea del Norte y Cuba.
Hasta donde yo sé, México no entra en ninguna de las tres categorías. Al igual que la India, este país se caracteriza por un Estado gordo y esclerótico, que vivió años y años bajo un partido dominante que tenía todas las ideologías bajo su espeso manto, que cambiaba y cambia de políticas cuando cambia de líder en cualquier organización, y con una pésima educación física.
A mí me hubiera fascinado ser discriminado en un sistema donde la educación física no es precisamente correr tres vueltas al patio y luego jugar la cascarita para terminar reponiendo las fuerzas con una coca bien fría, pero la realidad es radicalmente otra. No podemos pedir dar una en educación física si no damos una en matemáticas y redacción.

Además claro, y esto ya se ha dicho, las federaciones deportivas funcionan en su mayor medida como clubes privados donde los grandes rentistas dueños de academias o simplemente burócratas enquistados por años y años campean a sus anchas. Su torpeza para manejar los trámites y su grado de corrupción le han costado ridículos e incluso la pérdida de la participación en un mundial a los representativos nacionales. Y no es que como digan muchos, que ‘roben’ (que lo deben hacer, tampoco es que sean tontos), sino que los federativos carecen por completo de planeación y de las reglas institucionales que garanticen los resultados en la formación de deportistas de alto nivel. Probablemente éste sea uno de los mayores problemas del deporte nacional, y la solución que muchos esgrimen, que es que la Conade amplíe sus facultades para intervenir las federaciones; sería contraproducente porque primero, el gobierno no tiene derecho a decidir qué hacer con las organizaciones privadas, segundo, el gobierno no tiene por qué usar el dinero que me quita para financiar vanidades (jajaja), y tercero, porque lo haría peor que un montón de federativos corruptos. Telmex es mejor siendo monopolio privado que monopolio público, y lo demás es bullshit.

Por último, el tema del dinero. Mucha gente en México cree que todo se arregla con dinero. No hay día en que alguien solicite ‘más apoyos’ para cualquier cosa. En el caso del deporte, como en muchos casos, supongo que convendría ver que en Estados Unidos el deporte es de financiamiento privado, el arte es de financiamiento privado, los museos son de financiamiento privado y la cinematografía es de financiamiento privado. Aquí el gran problema es que los patrocinadores, que tampoco son tontos, se van por los proyectos que garanticen el mayor retorno, y financiar carreras de deportistas olímpicos no lo es tanto como lo es el fútbol. Así es: somos excesivamente ‘panboleros’. Esto estaría bien y bonito si el país tuviera un competente seleccionado, pero el fútbol sufre de las mismas taras que el resto de los deportes olímpicos, sólo que con mucho más dinero. Ergo, un punto más a la tesis que el problema está en el diseño institucional de las federaciones y menos con el dinero. Cuando la política organizacional ahoga a la operación, entonces la organización está jodida.
Dios mío, si el boxeo mundial está controlado por un mexicano que ha logrado partir a la organización, que ha devaluado el deporte como pocos deportes en la historia y que además, parece que se va a quedar ahí hasta su muerte.

Sin embargo, en todo este desbarajuste cabe mencionar que hay un deporte donde las reglas institucionales son buenas, donde existe un ánimo de práctica, donde la mayoría de las escuelas son privadas y donde hay un excelente pool de competidores. Por ello, México no se ha ido de una olimpiada sin una medalla en Tae-Kwon-Do. El día de hoy, el primer oro.
El Tae fue traído a México por un maestro coreano (no pregunten) que tuvo dos alumnos. Uno de ellos es José Luis Olivares Amores, primer cinta negra mexicano. Y otro de ellos es Sergio Fonseca Martín, el segundo cinta negra y mi tío abuelo político por parte de la hermana menor de mi abuelito. Olivares fundó el IMTKD (Instituto Mexicano de Tae Kwon Do) y mi tío Sergio el Moo-Dook-Kwan, cuyo original aún está disponible en el Gym&Dance de Teca, si me permiten el comercial. En medio del furor setentero por las artes marciales, el Tae fue ganando poco a poco adeptos en las cada vez más comunes escuelas independientes o dentro de academias de natación o clubes deportivos.

Practiqué Tae-Kwon-Do ocho años de mi vida, del 94 al 2002. Durante esos años, en los que no fui bueno y odiaba el combate y me daba mucha hueva ir, vi poco a poco cómo crecía la demanda de los alumnos y cómo iban mejorando los competidores. Fui a un dual meet en el 92 contra Corea del Sur y a los mexicanos les partieron la madre. Dieciséis años después, el Tae se consolida como un deporte que rinde frutos, principalmente por la solidez de las escuelas, por ser un deporte que a los niños les gusta, porque la federación está bien manejada, la selección nacional está bien entrenada y so on. En 1978 Oscar Mendiola fue el primer mexicano en obtener un campeonato mundial. Hoy se le han unido dos chicas más (no pregunten, que no me acuerdo).
Y México tiene cuatro medallas olímpicas en la especialidad.

Todo esto sin la grosera mano del gobierno metiendo mano.

Las anteriores consideraciones deben servir para demostrarnos que efectivamente, depende de la solidez institucional y la alineación estricta de sus objetivos y el desarrollo de incentivos para hacerlos cumplir que una organización pueda declararse triunfadora. El ‘big fart’ del asunto, es que esto es increíblemente difícil si no se hace de inicio. Pero una vez conseguido, lo demás son guarradas.