miércoles, 30 de septiembre de 2009

El último paradigma

En una de mis aventuras náuticas por el Internet me encontré con un artículo de Foreign Policy donde se sugiere que las clases medias de hoy día en los países emergentes (maldito eufemismo para una generalización torpe y terrible) en lugar de pelear por la democracia y la expansión de las libertades civiles, lo están haciendo en contra, incluso derribando gobiernos y sustituyéndolos por élites. Caso concreto: Tailandia. Y razón concreta: porque la democracia permite que la mayoría gane. Y cuando la mayoría, a la que las clases medias no pertenecen lo hace, es muy fácil caer en la seducción del populismo fácil.

Al fin y al cabo, el vicio central de querer jugar al consenso en todo. En países donde la gran mayoría de la población no está económicamente educada (¿Y en cuáles lo está? Los países más económicamente libres lo son no porque la gente sepa economía, sino porque nacieron de violentas o pacíficas rupturas contra variopintos dominios y esto ha creado una saludabilísima desconfianza al Estado), la gran mayoría de la población vota por sus paradigmas, y como dice Bryan Caplan, esos paradigmas son prejuicios anti-mercado, anti-extranjeros, creación de empleos a como dé lugar, y pesimismo. El perfecto coctel para la economía del desastre.
Otro gran tema y cruz de la democracia es el asunto de los intereses dispersos contra los intereses concentrados: los intereses del público (dispersos) no pueden influir en la toma de decisiones de política pública como lo pueden hacer los intereses de poderosos grupos de presión como sindicatos y cúpulas (concentrados), que van obviamente en contra de un mercado sano y competitivo. Y el caso éste de la Elección Pública: la gente no sabe y no le importa la viabilidad de los desgarriates de política pública que se cometen en su nombre.

Por todo esto, la democracia en sí misma, es un sistema de gobierno viciado de consecuencias, mas no de origen: es el menos peor de los sistemas si hablamos de filosofía política. El problema viene en los detalles: por todas las razones anteriores, la sociedad liberal y la economía liberal, éticas en causas y consecuencias, no puede realizarse ni sobrevivir al largo plazo en un sistema democrático.

Y no han faltado los teóricos liberales que han buscado formas de enfrentar esta cuestión: el economista Paul Romer solicitando que los servicios que no pueda ofrecer un Estado le sean ‘outsorceados’ a otro, Patri Friedman buscando la manera de crear comunidades autónomas en altamar, o incluso Jason Sorens convenciendo a gringos liberales a irse a vivir a New Hampshire en masa.

Sin querer discutir lo que pienso de estos intentos, quiero pensar en un concepto que subraya el quid del asunto: que un país es un monopolio en sí mismo, con fuertes barreras a la entrada, y que coopera con otros monopolios similares para mantenerse así. Buena parte de la solución estaría en hacer de los países entes verdaderamente competitivos, que compitieran entre ellos en asuntos fiscales y regulatorios para atraerse la mejor gente y a las mejores empresas a vivir allí.

El argumento antiliberal clásico contra esta noción (se piensa que ya ocurre, cuando no es cierto) es que esto ocasionaría una ‘carrera al fondo’ donde los países bajarían sus regulaciones medioambientales hasta (bostezo) acabar con el planeta. Y la respuesta clásica está también en el centro de la noción que estos liberales proponen: que un Estado debe ser visto como un proveedor de servicios más, que en este caso provee el más importante, llamado Estado de Derecho, el cual es el factor clave para hacer habitable un país. Es decir, los países más eficientes son aquellos donde impera el Estado de Derecho, y poniendo a competir a los distintos Estados entre sí, se crearía un sano régimen competitivo donde las condiciones más libres y más prósperas eventualmente triunfarían.

Es, eventualmente, terminar con una de las nociones de las que soy más enemigo: que el gobierno debe buscar el bien común. ¡Falso! El gobierno debe ser una sociedad más, que ofrezca servicios y tenga la misma utilidad que otras, o si no que se vaya. Convertir al contrato social en un contrato individual si donde a mí no me gusta haber nacido en este país porque es una carga y limita mi libertad y lo que quiera, pues me voy a otro donde mi individualidad sea más valorada y yo no sea una res más a llevar a las urnas.

Fascinante, ¿No?

viernes, 25 de septiembre de 2009

Esto es la vida real

Esto es la vida real.

El sueño con el que alguna vez soñé desde que terminó el infelice asunto del IMEF ha llegado a mí como la desembocadura de un río que se esperaba de un caudal distinto al que en realidad fue.

El día que cumplí los 23 años terminó el segundo gran bloque de mi vida. Mi adolescencia que comenzó en el mágico año de 1999, que tuvo un corte de caja muy fuerte en 2005 con el fin de la generación, termina en este 2009 en una calma tranquilizante: orgullosamente puedo decir que terminé satisfecho, sin ningún issue significativo o irremediable con el pasado. Como diríamos en la lengua vernácula de mi compañía: muchos verdes y pocos amarillos en mi life scorecard.
Y claro, es un asunto que contrasta radicalmente con los últimos meses de la carrera, que me hicieron sospechar de mi propia estabilidad mental como nunca antes en mi vida. A los cambios de humor de un día para otro, a las risotadas seguidas de horas de silencio y meditación, al aburrimiento definido por William Sutcliffe como ‘aburrimiento del tipo qué-sentido-tiene-estar-vivo’, siguió una calma y una satisfacción como pocas.

En realidad, sólo había un factor, y sólo uno, que decidiría el éxito o el fracaso de mis años universitarios (qué injusto, verdad?) y cuando éste se arregló de una manera que provocó una bifurcación en mi camino, todo pareció arreglarse. En lugar de una anticlimática fiesta, como en la prepa, decidí declinar la asistencia a mi graduación (error del que sigo sin arrepentirme) y mejor me fui de viaje al lugar con el que siempre había soñado, aprovechando la oportunidad de compartir el momento con uno de mis mejores amigos. Y aunque el momento del viaje no fue óptimo para alinear agendas, para mí sí significó un ejercicio de cierre grandioso y que tiene ese mágico poder de hacerme sonreír cada que pienso en él.

Creo profundamente que una gran pregunta que nos da pistas sobre si estamos desfalcando a nuestra propia vida o no es: ¿Qué opinaría de mí ahora el yo de hace diez años? Y cada que pienso en este viaje, creo que ese yo me sonreiría y alzaría los pulgares cuando descubriera que intentaría surfear por primera vez en su vida compartiendo el momento con su ahora hermano L… , en la ciudad de Sydney en una tarde de junio.

Ahora comienza la vida real. Tengo responsabilidades fuertes en mi trabajo (que provocan un resplandeciente estrés), y tengo que tratar con el engorroso tema de mi desfalleciente servicio social antes de titularme. También tengo que reemplazar un par de activos y tengo que mentalizarme para poder regresar después de ocho años a uno de mis tres terruños: Orange County. Tengo muchísimo que leer. Muchísimo que escribir y, hopefully, muchísimos momentos que compartir con mi gente en muchísimos lugares. Por primera vez he escrito mi ‘life plan for the year ahead’ y mis metas son más claras que nunca.

Por primera vez en 20 años no regresé en agosto voluntariamente a la escuela. Obviamente no pude evitar sentirme extraño y extrañado de eso, muy a pesar de que el último año y medio mi vida académica fue de nula a pésima y cada vez le tomé más animadversión a mi Universidad y a mi grupo. Faltar a la graduación fue una consecuencia lógica.

Sin embargo, a veces siento que he sido horriblemente injusto con mis cuatro años en la Universidad. Cuando veo en retrospectiva, me siento feliz con el recuerdo los dos primeros semestres, cuando yo hablaba del ‘Nuevo Mundo’ y el FA era un grupo de gente unida que se volaba las clases en masa y se iba a comer tacos antes de los exámenes de academia de matemáticas y contabilidad (que para mí, en mi fantasiosa mente, era como presentar los OWLs y los NEWTs hogwartianos en el comedor). Y a pesar de las desgracias que ocurrieron en tercero, recordar el cuarto semestre con su tranquilidad, con la única salida nucleada extramuros a Cuerna, con el entusiasta comienzo del infelice asunto del IMEF, y sobretodo con la Segunda Odisea y lo que significó. Y quinto, cuando el IMEF estaba a todo lo que daba, con el congreso de Monterrey y el conflicto que provocó, con las grandes navidades del 2007 y con mi primera salida del continente… Y aunque sienta que a partir de sexto todo se fue al carajo, también hubo cosas que rescatar, como detallo a continuación.

Probablemente me siento muy ingrato con el asunto del Consejo de FinanzasUP. Lo tomé como una tregua para evitar un baño de sangre, y aunque el desgano me venció los primeros meses, en Octubre de 2008 comenzó a pagar sus frutos para terminar en algo frondoso y con un gran futuro. Al lado de un grupo maravilloso de personas, hicimos dos integraciones extramuros, una gloriosa semana nacional de educación financiera que de la mejor y más ética manera logró opacar al IMEF, y finalmente una fiesta catártica en la que me sentía a la vez tan vacío y tan feliz que no medí las cosas y terminé haciendo writeoffs por activos equivalentes a lo que costaría un buen fin de semana en Cancún.

No puedo sino contrastar que aunque considero que el Comité en la prepa hizo de mi generación la más bella y que nosotros le enseñamos al CMT nuevas maneras de soñar, en realidad fuimos una generación más, que pasó por mucho y terminó muy bien pero hasta ahí; y en cambio el Consejo de FinanzasUP es un esfuerzo completamente going, que dio sus frutos y que convirtió a la carrera más apática de la UP en la más unida, la más integrada y una de las que más valor le agrega a actividades extraclase en la Universidad.

Durante estos cuatro años adopté el pensamiento liberal, escribí una novela de quinientas páginas, comencé a tener más respeto por mí haciendo ejercicio en el gimnasio, hice tres grandes amigos, hice más de quince buenos compañeros, viajé más que bien, hermané más con el núcleo, pasé más de sesenta materias que equivalen a más de doscientos exámenes entre parciales y finales, y terminé una licenciatura. Pero también me salió una hernia en la espalda, me volví más cáustico y malhablado, más explosivo y malhumorado, me cerré oportunidades de viaje, me peleé a muerte por una estupidez, eché a perder el trabajo de un año en ello, y terminé deseando no haber estado nunca allí.

Es extraño. Probablemente en algunos años aprenderé a valorar los cuatro años de mi vida universitaria de otro modo. Y aunque me regañen cada vez que lo compare con la prepa, sigo creyendo que el tiempo que pasé en la universidad no pasa por una experiencia que añada valor a la película de mi vida. Como experiencia, claro.

Pero bueno, lo que importa es que estoy en un óptimo histórico, más feliz que nunca, y satisfecho de que todo se haya acabado. Hay muchísimo por delante, unas responsabilidades tremendas y proyectos a completar. Y aunque el fantasma de la incertidumbre siempre ronda por ahí, creo que debería dejar de preocuparme, porque siempre he aprendido de cada experiencia en la que he visto al miedo de frente.

Sigamos por ese camino.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Sí, Himeku... debo estar de vuelta

A pesar de que tenemos muchas cosas qué hacer en la chamba, sería genial reiniciar nuestras peripecias literarias.