jueves, 10 de enero de 2008

Los dos reinos fantásticos (parte I)

Estas vacaciones, que una vez terminado el maratón lo fueron exhaustiva y auténticamente (con dos puentes consecutivos, lo cual para alguien que trabaja es la máxima idea de vacaciones-sin-usar-días-vacaciones) retomé mi clásica tendencia de leer todo lo que no leí en el año, o por lo menos no desde que ya no tengo toda la tarde para hacer este tipo de cosas, por lo cual agarré tanto el nuevo y publicitado libro de Héctor Aguilar Camín, como la obra maestra de la filósofa pop, la hiper-racionalista hiper-egoísta hiper-capitalista Ayn Rand, quien, convenientemente con el radicalismo de sus ideas (en realidad, la única pensadora cuyo pensamiento es capaz de perturbar a alguien, según yo.), no es considerada una pensadora seria por “La Academia” (y no la de TV Azteca). Para unir estas dos reseñas en un mismo post, encontré cierto vínculo, entre los muchos que suelo encontrar en obras literarias tan disímbolas; y este vínculo no es otro que el hecho de que ambas sean una especie de épica: la primera, una escrita deliberadamente al revés: en lugar de la búsqueda y el encuentro de un objeto fabuloso, Aguilar Camín describe su pérdida; mientras que en La Rebelión de Atlas, según las propias palabras de la autora, lo que se pierde y el objeto fantástico que se busca es la vida del espíritu humano. Si nos vamos por partes, en La Provincia Perdida, Aguilar Camín abusa de un estilo literario que en la región ha sido exprimido hasta la saciedad: por supuesto que el realismo mágico. Sin embargo, los anuncios del libro ya lo anunciaban así (“Primero fue Macondo… Luego fue Comala… ¿Ahora… Malpaso?”) y aunque el teaser está más lejos de la realidad que Frankfurt de Singapur, no creo que sea el caso. El caso es que el novelista-analista quintanarroense cuenta la historia de Avilán, un fiel soldado a las órdenes del presidente de una república ignota, asolada por la guerra civil, que recibe la encomienda de ir disfrazado a la provincia más remota del país a conservar la lealtad a la causa de la república. Escrita en formato epistolar, tiene un fondo sobre el valor de la desilusión y su “radical sabiduría”, en palabras del propio autor. Como quien dice, entonces, es una novela totalmente antiheroica: en vez de crecer, se derrumba un personaje (aunque termina siendo feliz y nace otro) y se pierde algo que se tenía, en vez de hallársele. Sin embargo, sí conserva algunas características del molde clásico: la entrada en la tierra “fantástica”, la búsqueda torcida y el enfrentamiento con el Némesis (que antes no era sino el aliado a buscar en la guerra), todo rodeado de un ambiente presuntamente mágico, con una severa carga latinoamericana, como debía ser. Es decir, hay magos, brujas y espíritus, pero todos sacados del folclor de la región (como es más que bien sabido, la literatura fantástica suele tener una tremenda carga estilística hacia el folclor de los celtas y los escandinavos). En lugar de un muy correcto caballero inglés que hace magia (perdón, la comparación se me hace inevitable) tenemos a un anciano chiflado que al principio de la novela se retrata como el último representante de la religiosidad de un pueblo milenario y para que Aguilar Camín pruebe su punto que ninguno de los dos bandos en conflicto en aquella guerra (los salvajes “aliados” y los indígenas huitzis) tiene superioridad moral sobre el otro, deforma al personaje hasta convertirlo en una caricatura sumamente burda. Además, la fisonomía del reino fantástico está acorde con la descripción que suele hacerse, incluido el último reducto de los huitzis, enclavado en las montañas, donde éstos morirán en la resistencia final. (Sin embargo, nunca había leído una descripción tan “anatómica” del lugar, que para el autor tenía toda la forma y la significación de un pudendo femenino). Entre otras cosas, la descripción es tremendamente escatológica (con exoneraciones ventrales de animales que mueren estocados, actos de zoofilia y la descripción de cómo son las relaciones sexuales entre los borregos), y como buen latino, no podía dejar de lado el fuerte tono raunchy de la literatura tropicosa del lugar. En general, esta novela que dejé a tercio leer hace como tres meses para terminarla hace como tres semanas me pareció “palomera”, por poner un adjetivo que signifique: “la disfruté, pero cuando salga en video ni la voy a comprar ni pienso volver a verla en mi vida”. No lo sé. A lo mejor no estoy acostumbrado a la literatura fantástica con tintes tan tropicalotes, pero eso sí: adolece de los mismos vicios que toda la literatura mexicana en general, comenzando por el tono semi-sarcástico y quejumbroso de siempre, la glorificación de los modos de vida de campesinos y similares, el desprecio absoluto por las figuras heroicas, y cierto resabio estilístico a la literatura de la revolución, que sepultó cualquier intento de ver hacia fuera (o hacia arriba y adelante, por poner una cita estúpida) en las letras nacionales. La verdad, el uso repetitivo de los mismos temas a veces hasta aburre, porque si bien la historia es interesante y hasta cierto punto “compelling”, en lo particular no puedo acercarme a un libro así sin cierto desgano por saber que el autor va a traer las mismas filias y fobias de otros tantos salvapatrias que pululan por ahí.

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