viernes, 24 de agosto de 2007

La que le debo a Daniel Goleman

En el último año de la prepa, en una de aquellas extenuantes y emocionalmente pesadas sesiones de práctica de psicología; (creo que era la última) algún personaje anónimo del salón de clase debía hacer un retrato tuyo, describirte, escribir tus fortalezas y debilidades y cosas así. Cada quien se rolaba los papeles para que al final la persona dueña del papelito tuviera una visión supuestamente integral de lo que pensaban de él.


El chiste es que, después de haber terminado el caos que suponía tal ejercicio, revisé lo que habían escrito de mí. El dibujo era insondable, de quién sabe quién, un garabato, donde me dibujaron sin cabello, con los ojos rasgados, y metido en un libro de historia (además, la descripción que acabo de hacer quedó halagüeña).

Pero eso no era lo importante, sino todas las opiniones vertidas sobre mi persona. Faltaría a la verdad y a las circunstancias del momento si dijera que recuerdo todo lo que escribieron.

En estos casos, casi nunca leo las afirmaciones, sino las salvedades, y la salvedad fue el reforzamiento a una de mis obsesiones de aquella época.

Decía, simple y llanamente, a la pregunta de: ¿Cómo definirías a X en una frase?

La respuesta fue: "Mucha inteligencia académica, muy poca inteligencia emocional".

Si me hubiera entristecido u obsesionado tal afirmación sólo la hubiera confirmado. Pero no. Ese momento fue una calmada indignación hacia un tema que, sentía, todo mundo utilizaba para atacarme. Era como aquel "seguro moral" que les permitía tirarla con todo en la prepa con la seguridad de que triunfarían en la vida y yo no. Pedagogía de la generación zeta para la generación ye.

Por aquellos días, yo descalificaba la teoría de Daniel Goleman sobre este tipo de inteligencia. Muchos psicólogos serios (a pesar de que son tan humanos y pasionales como todos los demás) lo han descalificado, quizá por ser un autor de bestsellers. Hoy día sigo prefiriendo la teoría de Gardner sobre las ocho inteligencias por encima de la de Goleman, aunque no hay que dejar de valorar su trabajo. Si existe la inteligencia emocional, ésta sólo se puede formar a patadas (a las patadas de la vida, por supuesto me refiero).

Pero...

A mí que me fascina ligar temas que al parecer no tienen nada que ver (eso de El Señor de las Moscas y la Economía o El jardín de los senderos que se bifurcan y la Economía o Los Reinos Fantásticos y La Economía o La Playa y La Economía) me he topado con una de ésas oportunidades inmejorables para hallar un vericueto interesantísimo.

Liguemos ahora la teoría de Goleman con una pregunta horrenda: ¿Por qué los que se dicen intelectuales casi siempre son de izquierda?

Hallé por ahí un artículo de Robert Nozick, uno de los libertarianos más famosos, que intenta dar respuesta a esta interrogante. Porque vaya que si pensamos en todas aquellas personas que se dan de latigazos por la inequidad y las contradicciones del sistema y por la justicia social y demás patrañas semejantes, casi todas han militado o militan activamente del lado oeste. Pensemos en un Pinter, un Saramago, un Chomsky, un García Márquez, un Paz, un Alberti, un lo que sea. Todos, de manera radical, descarada o presuntamente filosófica y tranquila defienden con los dientes al colectivismo.
Nozick argumenta que estas personas casi siempre fueron durante su carrera escolar magistrales en el arte de la palabra, consentidos por sus profesores y cargados y retacados de honores por las autoridades escolares en general. Casi no es importante el sistema social de las escuelas, puesto que nuestros sujetos los desprecian (o fingen despreciarlos.)
Entonces, una vez que éstos salen triunfales del colegio, se topan de frente con un mundo que:
a) No responde a los mismos incentivos.
b) No otorga las mismas recompensas
c) No valora los mismos logros.
Y como generalmente, y digo generalmente porque hay excepciones, estas personas salen rebotando en la vida. Lógico, terminan aborreciendo el sistema que cambió por completo sus expectativas y les dijo adiós con una fuerte patada.

Estuve demasiado cerca de ésa. Lo sé perfectamente. Sin embargo, a mi favor opera un argumento que quienes caen en tal batalla terminan por negar, y se pierden a sí mismos por ello: soy libre de escoger lo que me plazca, de hacer lo que quiera con tal de salir avante en mi camino (con las reservas usuales, por supuesto). Y eso, es difícil que lo comprendan.

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