Cuando era niño tuve la oportunidad, muy pequeño, de hacer mi primer viaje al extranjero. Tenía yo dos años, y la experiencia se repitió varias veces, siempre al mismo lugar, Orange County (el famoso OC, donde vive el primo-hermano-mejor amigo de mi papá con toda su familia desde hace veinticinco años).
A lo que voy con esto es que, en cuanto a noción del medio se refiere, por primera vez me di cuenta en esos maravillosos viajes de que algo no estaba tan bien en México: en Orange el cielo siempre parecía estar azul, y cuando lo estaba mantenía el tono blazing que aquí se pierde irremediablemente a media mañana y más en invierno; además, allá el pavimento era (es) claro y liso, y nunca jamás vi ríos de grasa animal caer de puestos callejeros por cauces negros a alcantarillas malolientes. Claro que estamos hablando de 1989 y México ha avanzado bastante desde ese momento, aunque mucho más lento de lo que pudiéramos haberlo hecho. Y claro que yo no sabía que Orange County es uno de los más ricos condados del planeta tierra, con uno de los IDH's más altos del planeta tierra.
Siempre quise que México se viera y fuera así. Obviamente estaba poniendo la vara altísima: no puedo pedir que mi país sea como un suburbio famoso por su glitziness y su superficialidad pero también por su PIB per cápita y donde el periódico local, el Register, al comenzar un año decía: "Everything will be fine in 20... for the nice place".
El chiste es que entre el año pasado y éste tuve la oportunidad de poner pie en tres países con los cuales la comparación no sólo es inevitable, sino obligatoria: Chile, España e Italia, los cuales me sirven mucho más como base para saber hacia dónde irá México en medio siglo si seguimos a este ritmo o en un cuarto si en el congreso se hacen las tareas (ay, nanita).
Cada uno de estos tres países se considera de sangre "caliente" o "latina" y por ende, alejado de la noción del capitalismo protestante anglosajón que Weber tanto proclamara hace ya un siglo.
Cada uno de estos tres sufrió de miseria tremenda y absoluta, incluso guerras, y hoy son de primer mundo (bueno, Chile no, pero les deben faltar veinte años y llegan).
Y dos de estos tres eran más pobres que México hace cuarenta años...
Chile es un país fascinante, con habitantes más o menos alejados de la algarabía y la propensión a la corrupción típica del latinoamericano y con una lógica divertidísima. Santiago tiene muchos problemas de tráfico, tiene perros callejeros a montones y tiene mucha mendicidad, pero tanto en lo del pavimento y las coladeras (estoy obsesionado con eso), se nota un aire de desarrollo, incluidos los parques públicos cuidados, el metro limpio y aseado con escrúpulo (y atascado de carteles de advertencia a los usuarios) y en los coches que se ven por las calles.
Fue un país que sufrió muchísimo para llegar a donde está, pero que orgullosamente es el resultado de políticas económicas liberales aplicadas con celo (aunque con la ausencia de una oposición que las retara, lo cual sería ideal si esta oposición no hubiera sido arrojada de aviones en el aire) por los discípulos de uno de los dos más grandes economistas del siglo veinte (y a quien una estúpida como Naomi Klein pretende denigrar y atacar sólo porque ya no está para contestarle). En un foro de competitividad pregunté en voz alta: ¿Es que México tiene también que pasar por un gobierno autoritario que elimine toda oposición para sacar las reformas que se necesitan? Y la respuesta que me dieron fue mediocre por su corrección política.
En cuanto a España, sólo estuve en el aeropuerto de Barajas, así que no puedo opinar mucho. España también pasó por una dictadura y tan pronto ésta terminó, el pacto entre vencedores y vencidos permitió eliminar la oposición a políticas de apertura e integración que terminaron llevando a la madre patria a las puertas del G8. No puedo hablar mucho de ello, pero el gran problema español es el del separatismo: me han dicho por ahí (un descendiente de asturianos y una descendiente de vascos) que hay regiones donde hablar en español (en castellano, se le dice) y poner una bandera nacional española es crimen y pecado. No me sorprenderían groserías de parte de un taxista en Barcelona sólo porque le hablo en castellano, pero en fin, el reino ha pasado por gobiernos geniales (e.g. J.M. Aznar, a pesar del resbalón de Irak) y por gobiernos de una estupidez tremenda (e.g. J.L. Rodríguez Zapatero, con su buenismo para con los terroristas). Lo que sí pude respirar es que muchos españoles, sobretodo los que vivieron durante Franco, traen un aire de nuevos ricos que al susceptible le puede molestar.
Y me quiero detener en Italia, país glamoroso y hermoso como pocos, tan parecido a México que el visitante se sorprende (la gente que pide dinero en el metro, las telenovelas, los carros en las calles, los programas de concurso, los tianguis, el tráfico, los graffitis, la permantente actitud de desmadre, las huelgas estudiantiles, el gobierno torpe, los políticos mezquinos, las peleas en el congreso, etc, etc, etc.). Italia saltó al desarrollo gracias al Plan Marshall (véase La Dolce Vita), aunque el gran boom fueron los años setenta. Entonces el glamour absoluto se apoderó de todo lo que sonara a Italia, haciendo olvidar aunque fuera momentáneamente las imágenes de los inmigrantes en Ellis Island, a África en Calabria, a la Cosa Nostra y a la Omertà y a Vinny duerme con los peces.
A pesar de todo (de que sólo un presidente del consejo de ministros, Berlusconi, ha terminado su gestión; de que Italia es un país con tendencias inflacionarias, de que la corrupción es tan perteneciente al estilo de vida que hasta en el fútbol arreglan partidos, de que todo mundo jura que va a ser el primer país que abandone el euro), Italia alcanzó el desarrollo, lo cual se puede ver en el transporte público y la infraestructura interurbana, más que nada. Sin embargo y como es más que bien sabido, este desarrollo es desigual: Ante una Milán fabulosa y vanguardista está un Reggio Calabria con niveles de crimen altisonantes. Ante un industrial Turín existe un Palermo casi rural. Un país tan partido por la mitad, como cierto que yo conozco, que incluso algunos separatistas del norte han propuesto deshacerse del sur de la bota.
Creo francamente que si México sigue sin hacer las reformas necesarias, eventualmente llegaremos al desarrollo, en cincuenta años o más, pero de la misma manera que llegó Italia: a trompicones. Monterrey va a terminar como la ciudad chic-ultramoderna-industrial del país, exhibiendo un lujo sin precedentes y un orden impecable, mientras que del otro lado va a haber, digamos una Villahermosa empobrecida y con altos niveles de inseguridad, analfabetismo y propensa a la demagogia como uno de sus más famosos cachorros.
Y por otro lado podemos arriesgar las reformas y con fortísimo soporte a la mejor definición de los derechos de propiedad y con una violenta reingeniería del sistema educativo mexicano e incluso borrando capítulos enteros de la Constitución, podemos acercarnos al buen ejemplo chileno.
Y sin embargo, he aquí otra de mis grandes dudas políticas, que es donde mi liberalismo tiene problemas: ¿Hasta qué cierto punto, para proteger la vida, libertad y porpiedad de los ciudadanos se debe utilizar la razón de estado para separar a los enemigos que de llegar al poder con toda seguridad irán en contra de estos derechos? El propio Hayek dijo alguna vez: Los únicos que no merecen la libertad son aquellos que van en contra de ella..., lo cual me suena horriblemente a "En México existen todas las libertades menos una, la libertad de acabar con todas las libertades". Habrá que ver.
viernes, 15 de febrero de 2008
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