Muchas veces siento que nací con un enorme dedo señalándome.
Y a decir verdad, me acostumbré muy rápido a la idea, o más bien, aprendí a amar y a obsesionarme pronto con ella.
De hecho, sólo la he negado un par de veces, por idiota más que por otra cosa, y aunque me la pasé muy bien sin la enorme carga moral y emocional de sentir ese dedo encima, me prometí que jamás volvería a negar ese sino (si es que tal cosa existe).
Y, tal y como ocurre en la universidad, en la casa y en la vida me han y me he formado para ello. Quizá lo difícil es que siempre he luchado por desarrollar una idea de cómo llegar al final del camino que tal idea supone, que a veces ha salido y a veces no.
Ahora más que nunca estoy consciente de las voces paralelas tanto del vocalista de Hoobastank (mi banda favorita) como del santo fundador de la obra que patrocina mi escuela.
"Naciste para ser líder" dicen con gravedad.
Antes era distinto trabajar con esta idea.
De hecho, estoy a punto de olvidar cómo era... un ambiente en el que a todo mundo le vale, que a nadie le importa y con quien tienes que romperte los brazos empujándolo (a) para sacar adelante el proyecto. Ese ambiente asesino para el alma y probablemente para el éxito del proyecto, destructivo para la organización, pero que si sales adelante, te llena de satisfacciones probablemente no volverá (o eso espero).
Ahora, enfrento la situación contraria. Vivo y trabajo en un ambiente en el que a todos les importa demasiado. En el que todos escucharon la misma frase que yo y tienen la misma idea, sin importarles otra cosa. Son las ligas mayores.
Lo interesante es que creí que podía seguir jugando como jugaba en las ligas menores. Aunque esto no ha tenido las consecuencias fatales que podría haber tenido, creo que la actuación de cierto director me hizo recapacitar a tiempo: la pasión consume y la pasión absoluta consume absolutamente. He olvidado a ese arte finísimo que Greene y Elffers narraron: l'arte del potere. El ambiente hermoso y recargado de la corte, donde el más agresivo suele ser el más débil, el excesivamente zalamero es el primero en ser acabado, y sólo el más ignaramente cándido (o al menos lo que hace creer a los demás) es quien se lleva las palmas. Un arte aplicado a la administración en cuanto forma parte de alguno que otro capítulo directivo. Aquí, la cortesía es un arma exquisita, las sonrisas esconden intereses ocultos, y sobretodo la planeación absoluta de cada palabra, gesto y pausa es la llave al final del camino.
Que es una vida dura, sí, y me encanta. De hecho, podría decir que siento un tremendo desdén por quien finge despreciar este juego y lo juega como si fuera un nintendo. Al final, todos juegan, aunque quien está motivado por él es el que McClelland describió tan bien, que suele ocupar puestos en organizaciones estudiantiles, partidos políticos, deportes de contacto y suelen estudiar administración o derecho. Ma che cosa!
Creo que nunca he estado más emocionado de jugar así. Aunque a veces el sueño y la frase impronunciable (N-O P-U-D-E) me distraigan, soy más consciente que nunca que no puedo olvidar ninguna de las dos partes de la dicotomía. Una parte sola es la corrupción total: la otra es la consunción total. No puedo vivir sin las dos.
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