Hay un gap entre dos dimensiones. Más bien, creo que parece un rite of passage doloroso y extraño, de final incierto y de un aire excesivamente vacuo y a la vez, soporífero.
Escribo esto para poderme controlar, a sabiendas que la palabra escrita siempre ha sido mi escape favorito.
Estoy entre dos mundos.
Soy todavía un niño. Un mocoso, ni más ni menos. Inmaduro a más no poder por caprichos que se le ocurren de pronto, que toma decisiones porque se le pega la gana tomarlas, incapaz de poner freno a sus propias ideas y compulsiones, que no le importa destruir todo lo que ha construido en un momento de locura. Que se arriesga y que de pronto le vale lo que es capaz de perder.
Soy ya un adulto. Alguien que debe hacer planes y programas. Alguien que debe presupuestar, ahorrar, comenzar a pensar en un distante retiro, cuidar sus inversiones y sus financiamientos; que no quiere arriesgar ni puede desear más dolor y más desengaño. Que sabe que debe guiar, que debe sonreír a la adversidad, que debe pelear con galanura y que jamás debe quejarse. Que tiene en sus manos la llave a importantes decisiones de negocio y todo lo que ello implica.
Soy yo. Atrapado entre dos mundos que no saben si chocar o causar una violenta reacción al fusionarse. Consciente cada vez de peor manera que el tiempo es el recurso más escaso de todos y que no se puede jugar a todo sin planear con extremo cuidado. Que debe aprender a poner atención a como dé lugar, por más difícil que sea o por más cansancio que exista. Que no debe permitir que una valoración subjetiva nuble su juicio y sea capaz de entender las expectativas y los retos de una manera correcta y racional.
No creo que haya otro camino sino el de aprender. Es el tour de force.
Y el país, impasible, por encima de mí despliega una hipérbola.
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