miércoles, 2 de abril de 2008

El Ambientalismo y la Edad Media


La parte más fea de mi corriente literaria y artística favorita, el romanticismo, es la desviación que causó su fuerte cargada hacia la naturaleza y su amor por el medievalismo. Es decir, tan imbuidos quedaron algunos de las teorías de Rousseau (un intelectual tan ingenuo como peligroso), que comenzaron a ver con muy buenos ojos la noción de que el retorno a la naturaleza y el buen salvajismo eran ideas incompatibles con el desarrollo industrial. Si bien en lo muy particular yo me siento identificado con el romanticismo en cuanto a la naturaleza (mi texto sobre la función del jardín, que se halla en mi Moleskine, es la mejor prueba de ello) y también en una visión, torcida quizá, de la edad media como una época de enorme pureza ideológica y estética; también intento ser una persona racional y comprender ciertos principios económicos que aplicados correctamente (i.e. con el diseño institucional a.k.a. estado de derecho adecuado) o incluso a medias tintas han hecho mucho más que nada para que el mundo viva en sus mejores etapas de riqueza y prosperidad. La afirmación anterior, por cierto, no es ningún chiste.
Esto viene a cuento por la situación del Earth Hour, un evento promovido por World Watch Fund (WWF) para que cada ciudad importante en el planeta apagara sus luces y se quedara como peneque sin hacer nada durante una larga hora. Esto, por supuesto con todas las buenas intenciones para que las personas pudieran “tomar conciencia” acerca de esto del calentamiento global y más que actuar en consecuencia, exigir que “alguien” actuara.
Ignoro si en México alguien siguió el numerito, aunque en mi casa la luz se fue una hora. ¿Coincidencia? No tengo la menor idea.
Pero el caso es que este comportamiento fanático y esa paranoia de buenas intenciones me tienen poco más que desquiciado.
¿Qué pretenden los ambientalistas de hoy? ¿Que su estándar de justificación moral sea regresar a la edad media? ¿Que regresemos como en manada a aquellos “idílicos” tiempos de peste e higiene terrible? ¿Qué reneguemos de todo el progreso (sí, Joaquín de siete años, Roberto Carlos es una conciencia progre cuya canción no ayuda a formar un debate serio sobre el tema) que hemos alcanzado y las comodidades que parte de la humanidad goza? ¿Que evitemos que la parte que no las tiene sea capaz de tenerlas mediante la limitación de su desarrollo o la formulación de políticas idiotas que no generan riqueza?
No es sorpresa entonces que buena parte de la izquierda dura se haya unido al movimiento ambientalista moderno, con el fin de atacar al sistema una vez que se han quedado sin sus viejos argumentos. No sorprenden entonces las demostraciones fanáticas de gente que pide esterilizaciones masivas o se suicida porque ya no quiere “depredar” más recursos naturales de la “Madre Tierra”. Bjorn Lomborg demostró muchas de las falacias del catastrofismo moderno, aunque bien todos estamos de acuerdo con que falta muchísimo por hacer. Sin embargo, mientras algunos proponen soluciones intervencionistas (y con malas intenciones en ello), muchos decimos y repetimos hasta el cansancio que los problemas ambientales surgen de la existencia de bienes públicos.
Como Don Boudreaux repite en su blog, entonces los ambientalistas deben amar a Corea del Norte, donde todos los días es día de no-comprar-nada y durante todas horas es la hora de la tierra, sin luz y sin energía.

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