domingo, 20 de abril de 2008

Las Noticias del Norte

La revista Día Siete siempre me ha causado una sensación torcida. Sus secciones de amenidades, el cartón de Maitena acerca de la irremediable treintona, la de tecnología y a veces la de libros me provocan agradables momentos en la king-size de mis abuelitos la mayoría de los domingos; pero por otro lado, siempre he percibido un horrible tufillo a aires de progresía entre sus páginas. Probablemente porque está dirigida por Zepeda Patterson, un miembro de la comentocracia que nunca ha sabido muy bien para donde moverse, aunque presiento que tiene simpatías veladas por cierto personaje de cuyo nombre no me quiero acordar pero que andan comparando (no sin razón) con algunos de los dark lords más temerosos de la historia, aunque al fin y al cabo les hallan faltado los dos de mayor death toll.
Bueno, aquí el caso es que en la edición del domingo pasado, la de los ocho años de aniversario de la revista, hicieron una larga lista de listados entre los cuales estaba el de quince cosas por las cuales odiar al gobierno (de cualquier partido, de los tres órdenes de gobierno). La línea que me llamó la atención, y que motiva este largo post, es una que decía literalmente: "Gracias a ellos, el país está devastado".

Entonces sacudí la cabeza y proferí un fuerte: "¡Ah, cabrón!"

¿Cuándo pasó el temblor o la madre revolución y no me avisaron? ¿Cuándo se derrumbaron con hórrido estruendo los templos, los palacios y las torres? ¿Desde cuando puedo caminar entre las piedras, despertado de mi sueño?

Porque yo no veo un país "devastado". ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo?

Hay quien llama lo que ocurre con el narco una "guerra civil". Para mí no es más que una serie de enfrentamientos entre bandas avivado por una política de lucimiento del gobierno, por demás inútil si no se corta la fuente económica que surte el incentivo de cultivar y vender narcóticos.

Hay quien llama el borlote de las cámaras como "una prueba de la profunda inestabilidad social que existe". Para mí no es más que la minoría de la minoría de la minoría (y la mayoría, estimada señora Rodríguez, está en sus escritorios trabajando) que está dispuesta a escoltar a un loco a las puertas del poder y luego escoltarnos a todos los demás al Gulag, aunque en realidad son una llamarada de petate molesta y vulgar, que refleja los peores paradigmas del mexicano promedio.

Siento un profundo desprecio por aquél que vive de pronosticar desgracias para aprovecharse de ellas, pero también siento orgullo por lo que los que trabajan han hecho sin escándalos.

Mi hermana acaba de regresar de San Luis. Al igual que mis impresiones al regresar de Guadalajara, regresó diciendo que le sorprendió lo bien, lo ordenada y pacífica que resultaba la ciudad. De pronto, me hallé a mí mismo de nuevo en León, en Querétaro, en Aguascalientes, hasta en Puebla. Vi pavimentos claros y sin baches. Vi sistemas de transporte ordenados y eficientes. No vi marchas, salvo uno o dos merolicos que parecían de aquellos predicadores callejeros. Vi ciudades limpias. Vi tráfico fluido.

Vi que otro país era posible, y más que posible, que existía frente a mis narices.

¿Por qué?

Me parece que la respuesta también está frente a nuestras narices.

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