Quien ha jugado conmigo algún deporte, fútbol con más frecuencia o volleyball con más desgracia, se ha podido percatar con enorme presteza que soy un inepto.
Un inepto.
No creo que haya mejor palabra para eso.
En el fútbol, por ejemplo, siempre juego de defensa, medio y delantero, en ambas bandas de la cancha e intento cazar goles cuando puedo. En el voli surgió mi filiación partidista (Léase mi post sobre la crisis de mercadotecnia del PAN), en el basket me le aviento al que traiga el balón y tiro manotazos sin ton ni son. Aprendí a nadar solo, y aunque puedo sobrevivir en un naufragio soy un monumento a la falta de estética al moverme en el agua. En el tocho no logro hacer que un balón gire al lanzarlo (y difícilmente lanzarlo). Es más, sólo soy moderadamente bueno en el beis, en el tae (hice ocho años, aunque ahora no puedo ni alzar la pata a la cintura) y en el maratón (siempre le gano a la ignorancia, jejeje).
“Execrablemente torpe en virtualmente cualquier deporte.” Debería ser mi motto.
El problema aquí es que mi papá, quien a primera vista da una menos que yo en el deporte, y eso que no doy una, se defiende notablemente. En el fut barre y foulea con gracia. Nada con gracia. Lanza un balón de americano con gracia. Lanza una curva con gracia. Juega tenis y squash con gracia. Mete doscientos puntos en una línea del boliche y con gracia. Y saca y defiende en el voli con gracia.
Si yo fuera Luis Pazos, me preguntaría, ¿Por qué dos personas que comparten genes y herencia son tan distintas en los deportes? ¿Qué políticas aplicó un “país” que no aplicó el otro?
Alguna vez me animé a preguntar la cuestión y recibí una respuesta sorprendentemente económica y sorprendentemente satisfactoria.
Como es bien sabido, no tengo hermanos. No tengo primos por el lado de mi papá y por el de mi mamá cuatro, a los que les llevo respectivamente seis, trece y quince años. Esto quiere decir que a no ser por un par de vecinos y la desastrosa experiencia de la liga de fútbol de Ciudad Satélite, Sociedad Anónima; no hubo mayor desarrollo en el asunto.
Mi papá, por el contrario, por el lado de mi abuelito (no los he contado) tiene alrededor de diez primos hombres, mientras que por el lado de mi abuelita debe tener más de quince. Cuando vivía allá por la Moctezuma casi todos sus primos por la parte materna habitaban en las cercanías, y como era lógico todos se ponían a jugar. Mi papá es el segundo mayor de sus primos, entre los cuales existía una enorme competencia, como suele ocurrir entre niños que se conocen bien y conviven muy seguido. Imagínense: jugando y compitiendo tarde tras tarde con niños a los que a lo sumo les llevas dos o tres años, donde si naciste torpe o mejoras o te sacan, así de fácil.
Para mí no hubo incentivo para luchar contra toda limitación, real o percibida, en el campo deportivo y así convertirme no en un atleta, sino en alguien que se mínimamente defendiera.
Es más, tenía todo el incentivo para no hacerlo: es decir, no exponerme al ridículo.
¿Que tenía otras ventajas comparativas? Así es, y probablemente es lo que hice. Sin embargo, en este tema en particular, mi opinión subyace en mi similar postura a lo que deberían hacer los gobiernos: mis papás me hubieran hecho jugar cualquier cosa mientras fuera menor de edad, sin hacer caso a mis quejas. Cero proteccionismo. Con el tiempo yo hubiera sabido en qué era bueno (probablemente hubiera terminado siendo un pitcher competente) y sería un poco más decente en los deportes.
Pues bien, eso es lo que más o menos pasa con el comercio internacional. Un país que compite sin restricción alguna deberá especializarse en lo que sabe hacer mejor (es decir, su ventaja comparativa) y aunque al principio dolerá muchísimo, no creo que haya manera más humana y útil de jugar en el mercado internacional.
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2 comentarios:
lo de hoy son competitivas
las ventajas competitivas
Saludos. Ya tengo los personajes, solo me falta desarrrrollarlos.
Eso que ni qué.
Sin embargo, me pregunto si yo hubiera podido desarrollar ventajas competitivas en el deporte, mediante la joda continua...
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