martes, 31 de julio de 2007

August reading list

Una vez que el enfebrecido y apasionado clamor mundial por el destino de uno de los magos más famosos de todos los tiempos se ha calmado un poco, podemos pasar sin mayor escándalo a nuestra lista de lecturas para el mes de agosto, un mes que se pondrá seguramente rejego en adaptar la vita più nuova a la vita nuova.

El primer libro, me confieso culpable, lo empecé a leer ayer y ya llevo la mitad de las páginas. Aunque es la continuación de un libro demoledor, de hace diez años, El Regreso del Idiota, de Mendoza/Montaner/Vargas Llosa Jr. es toda apología del liberalismo y de los principios económicos que, triste es la vida, son el sentido común y por ello se hallan vedados a los ojos de nosotros, fieros y vehementes latinoamericanos. Como ataque directo a los habitantes mentales del reino de Progresía, provocó furibundas críticas (a priori, por supuesto) y una aburridamente previsible lluvia de epítetos e insultos contra los escritores. Por eso, más que nada, quise leerlo. En pocas palabras, presenta la realidad latinoamericana después del resurgimiento de los "idiotas", un epíteto bellamente lapidario contra todos nuestros amigos colectivistas. En el anterior, incluso los teólogos de la liberación, los más escandalosos traidores a la Iglesia, salían salpicados de contribuir al frenesí colectivista que mantiene a la región en la irrelevancia total y en el espectáculo grotesco que la verdad, aburre más que dar coraje.

Además, lo que es interesante del opúsculo no es sino la crítica a los habitantes mentales de Progresía y literarios de la Torre de Marfil que viven físicamente fuera de la región: los nunca bien ponderados y con patente de corso (a.k.a. Premio Nobel) Saramago, Pinter y Stiglitz. Como bien dicen los autores, ellos jamás permitirían que las ideas que apoyan fueran aplicadas en sus países.

Pero olvidándonos del asunto con fuertes cargas hiperbílicas, pasemos al siguiente libro, que espero terminar en el fin de semana (si no es así, quién sabe cuándo lo terminaré). Es la primera vez que la publicidad de una librería me convence acerca de comprar un libro. Yo siempre he tenido muy fija la lista de lo que quiero leer, y cuando no, pues llego, veo lo que me gusta y punto. Ahora, Gandhi fue muy lista en una publicidad al comparar el Malpaso (la "aldea fantástica", segmento menor del reino fantástico de la literatura ídem y que llevara a la cumbre a un mexicano y a un colombiano) con Comala y con Macondo. La verdad, eso no me llamó en absoluto la atención. Lo que sí, resultó ser la descripción que el autor hacía de la misma.
El quintana-roo-ense Héctor Aguilar Camín (conocido por un soporífero programa de entrevistas y debates a las once de la noche y por ser un clon físico del Presidente) me enseñó en un cuento (perdón, el nombre se me ha pasado) una riña de vecindad de tintes épicos. Ahora, en retrospectiva a la grata experiencia de ese cuento (que aparece en Lo Fugitivo Permanece, un libro de cuentos mexicanos con un inmiscible prólogo de Monsiváis), leeré La Provincia Perdida, en la mejor tradición de la literatura fantástica latinoamericana. El asesor de ventas de Gandhi dijo que era un "muy buen libro". ¿Quién sabe? Después me intentó hacer comprar un libro de Gunther Grass, seguramente para tratar de salvar la pérfida alma de un libertariano que llevaba Atlas Shrugged en la canasta.

viernes, 20 de julio de 2007

Los tres invencibles

Este post tiene por finalidad servir de adendum al anterior, guardado el mismísimo día de ayer. La verdad es que resulta que entre el frenesí del trabajo y la angustia por ser parte de una histeria colectiva inenarrable, me he topado con toda una serie de historias periodísticas acerca de ciertos distribuidores que no pudieron aguantarse las ganas (o no quisieron aguantárselas) y violaron el embargo que existía para publicar lo que en el idioma de los acrónimos se llamaría HP&TDH. Mil doscientas copias del libro fueron distribuidas antes de tiempo. Una de ellas fue a parar al Times de Nueva York, por lo que ni tardos ni perezosos, publicaron el día de ayer una reseña anticipada, "teniendo el máximo cuidado de no revelar detalles sensibles sobre la trama". Por otro lado, entre la muy comprensible prohibición del ministerio israelí de comercio para vender los libros en sabat a las dos de la mañana y el comping (guerra de precios entre minoristas) entre ASDA y sus competidoras en el Reino Unido; me ha llegado a la cabeza una de mis tantas reflexiones economizantes, que tienen que ver, por supuesto, con los incentivos que rodean a este frenético maratón y a sus principales protagonistas.
Creo firmemente que en este mundo hay tres elementos a los que uno no puede vencer de ningún modo posible: uno es el propio organismo, otro es la naturaleza (o su originador si uno es religioso) y el tercero es el mercado.
Ejemplos: para el primer caso, el caso de tatuajes y perforaciones es típico, así como el de las malpasadas de la primera juventud. Hay facturas pendientes que hacen imposible que uno le pueda ganar a su propio cuerpo.
El segundo es un recurso del cual Greenpeace y similares se valen para cumplir con sus objetivos políticos (porque de ningún modo esas ONG's pueden tener fines exclusivamente humanitarios). Y es al fin y al cabo que cualquier desequilibrio, que casi siempre es regional y no global, como nos quieren hacer ver, termina pasando factura a quien lo comete.
Y el tercero, ignorado y despechado, es justo lo que estamos viendo ahora. Intentarle ver la cara a un sistema hiper-complejo conformado por las decisiones racionales, no ejercidas coercitivamente por millones y millones de personas que responden a incentivos (y donde en este caso es el puro gusto) ha sido una de esas lecciones históricas que jamás hemos aprendido. Intentar darle la vuelta al mercado provoca: carestía (que no es lo mismo que escasez), desempleo, desviaciones, falta de competitividad, entre otras linduras.
En este caso particular, nos hallamos ante un conflicto de incentivos:
La editorial (Bloomsbury en The UK y Scholastic en The US) puso como castigo que quien se atreviera a romper el embargo no recibiría más copias para vender después de su tanda inicial. Ahora, por lo visto, ese incentivo negativo no fue suficiente para evitar este pequeño "error" en el caso de las tiendas en Estados Unidos, quienes seguramente creyeron que les sería buena publicidad eso de "lo ponemos en tus manos antes que nadie", aunque después les caiga el diluvio encima. En el caso de ASDA, como podemos ver, es mayor el incentivo de que el minorista genere tráfico en su tienda, no vender libros de Harry Potter. Por eso comenzó a vender a márgenes negativos un producto con la esperanza de que alguien se quede a comprar más cosas que no sean precisamente libros. Y el periódico, pues, al igual que los retailers.
Finalmente, debo comentar que aquí en México un tipo consiguió una copia antes de la medianoche de hoy. Sin embargo, bastó sólo un cajero peneque que o no sabía o no le importaba (o tenía información asimétrica, que es otro pexote en economía, o simplemente no tenía incentivos)
Por cierto que en unas ocho horas el libro sale a la venta.

jueves, 19 de julio de 2007

Estar ahí

Hace uno o dos posts comenté acerca de la alharaca que provocó la publicación en folletín de la última entrega de David Copperfield, allá en el siglo antepasado. El hecho de que la mayoría de las novelas realistas se publicaran de este modo permitía a sus escritores convertirse en multimillonarias celebridades (y hoy nadie los critica por eso). Dickens y Sue, Zola y Clarín, todos ellos fueron los literatos que marcaron a una generación que pasaba del segundo imperio a la bella época.
Hoy en día la intercomunicación global nos permite enterarnos en tiempo y forma de todo lo que ocurre de un lado a otro del globo. Sin embargo, también los productos pueden llegar a latitudes inmensamente lejanas en muy pocos días.
Todo esto viene a cuento porque a raíz del post del reading list de julio, he esperado con suma paciencia, al igual que otros tantos millones, el release mundial de cierto esperado bestseller. Repito que todo lo comentable ya ha sido comentado en muchísimos foros y sitios de discusión, muchas veces con resultados no muy satisfactorios para el nivel de debate que debería existir en un sitio de internet (aún en cuestiones como las literarias). No hablaré ni de mis expectativas del libro, ni de mis teorías del final, ni sobre porqué creo que la muerte del protagonista daría un remate increíble a la serie, pero sí hablaré acerca de porqué faltando dos días para el release mundial de este séptimo volumen existen muchas personas alrededor mío mordiéndose las uñas de la emoción. Y también sobre cómo ayer fueron cambiados mis planes para que yo vaya el mismísimo sábado a la librería Gandhi Central, nada más y nada menos que a las diez de la mañana, cuando abran. Hay eventos bien guay como manualidades, proyecciones fílmicas, lecturas a viva voz, foros de discusión y etcéteras. Yo la verdad, voy a lo que voy, sin detenerme a ver qué hacen los niños que se vistan de capa y corbata a rayas. Pretendo entrar, formarme, comprar el Rowling, así como un Rand, un Aguilar Camín y uno de Mendoza/Montaner/Vargas Llosa Jr. de un tema un poquito más picoso que la magia o las guerras civiles: la política en el subcontinente.
De cualquier modo, y sin meterme en el tema de la "literatura de calidad" que es un conflicto medio federiquete entre quienes se dan baños de pureza por fingir haber leído más de tres veces a Proust y quienes lo único que piden cuando leen es emoción (como hacían las personas del siglo XIX que hacían lo mismo con Verne, a quien, hasta donde yo sé, no se le considera literatura seria); esperaré las últimas treinta y seis horas para el release más esperado en la historia de la literatura.
Y estaré ahí.

martes, 17 de julio de 2007

El año maravilloso/kyrie eleison, kyrie eleison, kyrie

American Pie no es por mucho (estoy jugando, además) una obra maestra de la cinematografía mundial. No creo que en su época haya sido considerada para los Óscares, o que haya generado un número decente de reseñas decentes. Sin embargo, para una generación cuyos referentes culturales suelen ser confusos por hallarnos en fases de transición entre la mítica (y muchas veces patética) generación X y los que llaman techies o generación zeta (por lo que veo, bastante patética también), American Pie suele ser una especie de referente cultural. Me da mucha gracia, para ser sinceros. Se halla a años luz de The Breakfast Club y todas las películas del Rat Pack en cuanto a introspección y comprensión de la adolescencia, y su contemporánea Ten Things I hate about you le aventaja millas (aunque tal vez sólo porque su inteligente argumento salió de la pluma de Shakespeare). Sin embargo, American Pie tiene en la gente de mi generación seguidores calurosos y sinceros. Según Gogan, el atractivo de esta serie es que sus tres volúmenes comprenden tres grandes fases en la vida de un hombre: el rite of passage que supone pasar de la preparatoria a la universidad, la vida universitaria y sus responsabilidades, así como adoptar la responsabilidad de un matrimonio. Aunque nos hallamos en la segunda, la fuerza de esta etapa se siente bastante fuerte. Eso va para el segundo punto.
El primer punto importante que quiero escribir en este apartado tiene que ver sobretodo con el año de 1999; que vio nacer a esta serie fílmica. Lo comento por el gran año que fue, para todos y para mí, en lo particular. ¿Quién no se acuerda de la imagen pueril e inocente de la Britney en los pasillos de una prepa? ¿La cursilería impactante del avión a combinación con los trajes blancos de los Backstreet? ¿La gorra de Fred Durst? ¿Semisonic, Sixpence-None-The Richer, New Radicals, Eagle Eye Cherry, The Verve? ¿Los regresos impactantes de Cher y Blondie? Además de que fuera de la música, la euforia por el “milenio” (cuya veracidad o falsedad nunca se demostró) campeó por todos lados. Para mí, pasar de la primaria a la secundaria fue un gran cambio, aderezado por la Primera Odisea. Recuerdo con mucho cariño aquel año de 1999 y la película que se estrenó con él, American Pie.
Esto nos lleva al segundo punto. Resulta que hoy fue la primera vez en mucho tiempo que deseé con todas mis fuerzas hallarme en 1999 y tener todos los problemas que tenía en 1999. Esa frasecilla que a muchos les puede molestar (tanto como a mí me molestan otras tantas frasecillas mucho muy trilladas) me sonó fuerte el día de hoy: life was so fuckin’ easy then. La vida real es dura. Mucho. Me di cuenta hoy como a las dos de la tarde. Y aunque el miedo no es tanto porque me he preparado en alma (y tan pronto reabran ese gimnasio en cuerpo) para resistir todos los embates, tendré que dar mucho de mí para pasar esta prueba. Demasiada teoría directiva y demasiada literatura épica para no aguantar la primera. Como diría cierto colmilludo periodista, al tiempo.

martes, 10 de julio de 2007

Transformación

Hace tiempo tuve la manía, y creo que la sigo teniendo, de ver mi vida hasta ahora como las páginas de un libro de texto: dividía los años y las fases, los momentos y los segundos en bloques, los bloques en unidades, las unidades en lecciones o capítulos y las lecciones o capítulos en apartados.
Así, hasta este momento sólo hay escritos (en la cabeza, porque no hay tiempo para escribir tanta tontería) dos bloques y medio. El primero, que es una parte muy introductoria, y el segundo, que es un mamotreto larguísimo, de principios infantiles y cortos y un final estrambótico resultó ser la historia de la generación. Ahora, el bloque que se viene llamando: "La construcción de un yo" corresponde a los cuatro años de la carrera, y por donde se explica el medio bloque que se ha escrito en la Historia. Cada unidad en la historia de la generación tenía un nombre rimbombante, peliculesco. Oso decir que cada unidad en la historia de mi carrera universitaria también lo tiene.
Así, el nombre de la primera unidad, que corresponde al primer semestre, se llama: "Las mil historias del nuevo mundo" por todo lo que significaba el nuevo mundo en aquel entonces (me río de mi asombro por tal nuevo mundo en estos días, por cierto). El nombre de la segunda unidad y el segundo semestre recibe el nombre de: "Dos luchas furiosas" porque por un lado peleé mentalmente contra la idea de la deflagración (que hoy también me da risa) y por el otro por una serie de severas dudas sobre la fe que tengo en mi país, gracias a Meester Loupez.
El tercer semestre es el semestre sin nombre, por todo lo que ocurrió en él; mientras que el cuarto, que es uno muy importante, se denomina: "El despertar".
Fue un despertar porque el instinto administrativo resurgió con mucha fuerza, así como la motivación y las ya famosas válvulas de escape. Su famosa conclusión es tan conocida como graciosa y grandiosa.
Sin embargo hoy reflexiono para dejar un poco atrás el violento post del día de ayer, sobre la gran transformación que me ha pasado últimamente. A pesar de que "yo sigo siendo aquél", me he sorprendido a mí mismo de la cantidad de gente con la que tengo que tratar, tan distinta y tan dispar. Me he sorprendido porque hace años no podía abrir la boca frente a desconocidos, y ahora juego al publirrelacionista entre los distintos becarios de finanzas de la compañía. Antes no quería conocer a nadie; ahora soy amigo de un árabe y pronto de más gente de todos lados del mundo.
Si me viera yo, o la figura que yo era a los trece años...
El crecimiento personal se ha dado, pero hay asignaturas pendientes; como por ejemplo esa que empieza en ene y termina en ovia. Sin embargo, nunca debemos olvidar lo mucho que se ha avanzado, comenzando desde las integraciones preliminar (i.e. los mendiolinos), las dos gloriosas (i.e. el núcleo y la generación) y las excelentes que corren por estos tiempos. Es, después de todo, la construcción de un yo.

lunes, 9 de julio de 2007

¡Las sales, las sales!

De un tiempo para acá, cuando me he entrenado más por afición que por necesidad en algunos postulados de la ciencia económica, sólo una transgresión evidente y muy grave, o una barbaridad absoluta puede hacerme perder los estribos a niveles sorprendentes. Alguna frasecilla ingeniosa, políticamente correcta (ay mami) como la de Fernández Menéndez cuando soltaba esta perla: "Se necesita la mano visible del Estado para que regule a la mano invisible del Mercado" me hace rasgarme las vestiduras como good orthodox kid que soy.
La economía es una ciencia cuya evidencia surge automáticamente después de haber transpuesto paradigmas sumamente vulgares, de haber roto lo evidente, de haber pasado por el velo de lo que parece "sentido común", pero no es sino lo que decía el físico Goldratt, una práctica común. Y pasaría por alto esta práctica tan común en latinoamérica, la de "economistas de café" (me cuento entre ellos, porque no soy economista; aunque procuro rodearme de estudiantes y profesores de aquella carrera), de no ser porque esta práctica es muy peligrosa. De ella proceden todas las servidumbres.
Esta diatriba viene al cuento porque me he desmayado después de leer un artículo publicado nada más y nada menos que en msn donde una experta de la mismísima Universidad Nacional afirma con todas que "las trasnacionales inciden en la desigualdad y la pobreza mundial". Según la citada experta, el acaparamiento de recursos (tierra, trabajo y capital) por parte de doscientas empresas trasnacionales (una de las cuales le publicó el artículo y otra de las cuales es la que me da empleo) amplía la brecha de desarrollo, ya que no permite que ¡se desarrollen las sociedades en las cuales se establecen!
Con el debido respeto a todos los años que dejó en la silla para estudiar sus maestrías y doctorados, la experta de la UNAM que se atrevió a decir eso es una soberana imbécil. Afirmaciones tales son las que permiten que el subcontinente en el que estoy parado ser cada vez una región más irrelevante. Las que permiten que auténticos señores oscuros como Lord Chávez vayan a mandar al agujero a sus pobres países. Las que permiten que ideas como las suyas sean esgrimidas por cada ignorante, que da miedo que los seres humanos no nos cansemos de caer en tantas mentiras repetidas hasta el cansancio desde 1848.
A la mencionada experta se le debería recordar que los factores productivos no son tres, sino cuatro. El último se llama "entrepreneurship" y es el que mueve a todos los demás. Me gustaría saber qué opina acerca del funcionamiento de esas empresas como trampolines donde se aprende el expertise para que los que se independicen formen sus propias empresas. O que me explicara entonces el concepto de "ventaja competitiva", donde aquellas trasnacionales crecieron gracias a haber dominado habilidades de negocio, por haber innovado, por haber dado desarrollo y oportunidades donde se establecieron. Que piense en todas las ciudades que dejarían de existir si las empresas que las hicieron grandes simplemente se fueran (Y eso va para los outsources de Nike también). Que piense qué tienen de heroico los nombres de un Gates, un Mittal, un Branson (aunque ellos no lo sepan y crean que le deben algo a la sociedad)
Tales opinones, que respetables son, sin duda; no deben escapar de las torres de marfil de donde han salido. Con razón la facultad de economía de la UNAM es una de las más desprestigiadas del país, nido de perredistas del más rancio cuño, y que perdió desde hace sesenta años su abolengo ante un ITAM arrollador que fue creado precisamente para dar formación económica a todos aquellos jóvenes que no querían plegarse a la ideología marxista que, por lo que veo, sigue existiendo en dicha facultad.
Ahora, un poco más tranquilo, reflexiono sobre todo lo que vociferé en este post. No me arrepiento de nada.

jueves, 5 de julio de 2007

La mina de oro de la globalidad, segunda parte

Hace días me topé con la transcripción de una conferencia del pensador sueco Bjorn Lomborg, un aguerrido y stendhaliano defensor de la globalización. En tal alocución, el ponente defendía con todo al empresario como la verdadera y única figura heroica, responsable del progreso material y moral de toda una sociedad. Aunque por motivos estrictamente ideológicos tales afirmaciones puedan sonar discutibles, el punto aquí es que Lomborg se refirió a la obra de Joseph Campbell "El Héroe de las Mil Caras" para ejemplificar lo heroico del camino y de la lucha del empresario, con sus rígidas fases. Más aún, Lomborg concluía desmintiendo las ideas de Max Weber sobre la industrialidad como destructora de los sueños mágicos de la humanidad (por ello es tan épica una novela de ciencia ficción como una fantástica, ya que se sustituye la profusión geográfica por la profusión astronómica y la jerigonza pseudocientífica, al no estar apoyada en datos duros, termina convirtiéndose lo mismo en unas palabras mágicas en latín o élfico), arguyendo el sueco que la magia existe gracias a todo lo que hoy gozamos que ni siquiera hubiésemos pensado hace, ¿Qué les gusta? ¿Quince, veinte, cincuenta, cien, trescientos años?
Acabo de terminar una conversación con un cuate que trabaja en Dubai. A diez horas y la mitad del planeta tierra de distancia, pero unidos por la experiencia de un seminario financiero y una gran compañía; estamos en un proyecto periodístico. La sola idea de que puedo comunicarme en tiempo real con una persona de mi edad, con un contexto tan distinto: que habla otra lengua, escribe en otro alfabeto y tiene modos de ver la vida tan diferentes es una loa por sí misma a nuestra época.
Quien se atreve a denostar los tiempos que vivimos en cuanto a factores específicamente de progreso técnico e integración humana y no morales o de "zeitgeist" no sabe siquiera en qué época está parado.
¿A poco no?

domingo, 1 de julio de 2007

July-reading list

Este mes tengo dos libros en mente. Uno que pretendo empezar y terminar hoy, por su mínimo contenido en cuanto a hojas; y otro que no sólo es mi expectativa, sino expectativa también de millones de personas alrededor del mundo.

Hoy pretendo adentrarme al mundo de la literatura randiana con "Anthem". Por fortuna lo hallé el día de ayer en Gandhi a un precio según yo accesible (comparado con los 404 pesos de Atlas Shrugged). Resulta que esta pequeña y corta distopía fue la primera obra, no muy publicitada, de la escritora ruso-estadounidense, antes de sus dos impactantes y famosas novelas.
Si jugamos a analogías, Anthem es a Ayn Rand lo que Armance es a Stendhal (además de que ambos usaban pseudónimo).
Las novelas de Ayn Rand, junto con su particular estilo de pensamiento, son algunos de los textos más prohibidos en la historia de la literatura. A nuestros enemigos del reino de Progresía les quema la piel siquiera acercarse a un libro así, por lo que simplemente le ponen un anatema y lo vedan. Es un hito para Gandhi, mi establecimiento favorito que desgraciadamente atiende a un segmento importante de los habitantes mentales de Progresía, poner por fin al alcance del público (figurativamente hablando, ya que los precios no están para bollos) las tres novelas de esta escritora. Y pues, de lleno a la escandalosa y descarnada filosofía objetivista.

El segundo libro no debe requerir presentación, ni menos explicación alguna. El 21 de julio, desde Sydney hasta Honolulu, mientras vayan abriendo las librerías, se podrá conocer el desenlace de una de las sagas literarias más exitosas de todos los tiempos. But, of course, hablamos de Harry Potter. Las especulaciones, teorías, expectativas, precios y reseñas anticipadas pueden ser conocidas en esta red. Sólo declaro que la idea de tan impactante conclusión ya me tiene bastante expectante desde creo, dos años que leí The Half Blood Prince.
Para la anécdota, recordemos que todas las grandes novelas del siglo XIX se publicaron por folletín. Cuando la última entrega de David Copperfield se publicó en Inglaterra, la gente se arremolinaba en los muelles neoyorkinos para gritarle a cualquier barco que procediera de la isla: ¿Qué ha sido de David Copperfield?
Aunque el mundo es un poco menos romántico que en ese entonces y para cuando yo tenga el libro en mis manos dentro de tres semanas, seguramente ya habrá personas fanáticas que por motivos de horario podrán saber cómo termina la saga (si leen quién sabe cuántos cientos de páginas en un trecho de siete a trece horas). Aunque no podamos ya estar en el aeropuerto gritando: ¿Qué ha sido de Harry Potter?, todavía y para siempre, existirá esa magia que surge cada vez que uno hace cantar a las páginas de un libro.