Hace días me topé con la transcripción de una conferencia del pensador sueco Bjorn Lomborg, un aguerrido y stendhaliano defensor de la globalización. En tal alocución, el ponente defendía con todo al empresario como la verdadera y única figura heroica, responsable del progreso material y moral de toda una sociedad. Aunque por motivos estrictamente ideológicos tales afirmaciones puedan sonar discutibles, el punto aquí es que Lomborg se refirió a la obra de Joseph Campbell "El Héroe de las Mil Caras" para ejemplificar lo heroico del camino y de la lucha del empresario, con sus rígidas fases. Más aún, Lomborg concluía desmintiendo las ideas de Max Weber sobre la industrialidad como destructora de los sueños mágicos de la humanidad (por ello es tan épica una novela de ciencia ficción como una fantástica, ya que se sustituye la profusión geográfica por la profusión astronómica y la jerigonza pseudocientífica, al no estar apoyada en datos duros, termina convirtiéndose lo mismo en unas palabras mágicas en latín o élfico), arguyendo el sueco que la magia existe gracias a todo lo que hoy gozamos que ni siquiera hubiésemos pensado hace, ¿Qué les gusta? ¿Quince, veinte, cincuenta, cien, trescientos años?
Acabo de terminar una conversación con un cuate que trabaja en Dubai. A diez horas y la mitad del planeta tierra de distancia, pero unidos por la experiencia de un seminario financiero y una gran compañía; estamos en un proyecto periodístico. La sola idea de que puedo comunicarme en tiempo real con una persona de mi edad, con un contexto tan distinto: que habla otra lengua, escribe en otro alfabeto y tiene modos de ver la vida tan diferentes es una loa por sí misma a nuestra época.
Quien se atreve a denostar los tiempos que vivimos en cuanto a factores específicamente de progreso técnico e integración humana y no morales o de "zeitgeist" no sabe siquiera en qué época está parado.
¿A poco no?
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