Primero, decidir si México avanzó o no avanzó es cuestión de valoraciones muy subjetivas, incluidas por supuesto las de una oposición que hizo hasta lo imposible por destruirlo, y las del shakeup que fue su estilo tan poco convencional de hacer política.
En lo personal, creo que México sí avanzó; pero aquí la cuestión no es que el país avance o no avance, sino que hay países que avanzan más. Esto, no por lo que no se hizo en su gobierno, o lo que el mismo PAN no permitió durante el gobierno de Zedillo, sino por las situaciones estructurales que debieron haber sido modificadas hace casi cuarenta años (antes de la docena trágica, cuando el "milagro mexicano" se agotó y la estupidez económica condenó al país a la mediocridad para varias décadas).
Y en lo muy personal, Chente me cae bien. Me emocioné cuando ganó (digo, me tocó vivir un momento histórico), me emocioné cuando tomó posesión; y me des-emocioné cuando empezó a gobernar. Es más, estoy leyendo los reviews a su libro y alguno que otro pedorrista/perderista (además del gringo Tancrediano) lo agarró a mazazos, sin mencionar por supuesto al célebre, viejo, colmilludo y deshonesto periodista que es Miguel Ángel Granados Chapa, quien se burló del libro de Fox porque más o menos recién salido el libro un par de clientes o pusieron a la venta en libros usados de Amazon. Incluso el propio Silva Herzog, por demás balanceado, lo considera un insulto a los mexicanos primero porque el libro está mucho más que redactado por Rob Allyn, porque el tono está fuertemente orientado al lector del gabacho y porque según el analista, Fox muestra un tremendo desprecio por el ciudadano medio del país que gobernó.
Primero, creo que el mexicano no es idiota (aunque muchos lo parezcan), sino que está de paradigmas hasta la médula; y Fox nunca supo atender este punto demasiado bien.
Si pensamos, Fox fue bastante liberal comparado con los intentos de política económica de su sucesor (cuando Estados Unidos desaceleró al principio del sexenio, Fox no movió un dedo y Felipe está intentando jugar al keynesiano con políticas contracíclicas).
Es más: Felipe es un democristiano y Fox es mucho más un liberal-conservador en el sentido castellano del término.
Si recapitulamos: escogió a Paco Gil como secretario de Hacienda, un hombre con convicciones liberales durísimas; escogió a Julio Frenk como secretario de Salud, un triptofaniano divulgador que jamás cedió a las presiones de cavernarios como Serrano Limón; llevó a cabo la política exterior más digna que México ha tenido en mucho tiempo (y soy de los pocos que lo opina, puesto que todos se enamoraron de esa ideota de defender a dictadores sólo para mostrarse contestatario e "independiente" con los vecinos); no ha respetado las reglas tácitas de salir de la silla y callarse; y se ha convertido en un ardiente defensor de la globalización y la libertad de elegir. Éstas, hasta donde yo sé, son las intenciones liberales perfectas para el desarrollo (aunque no los building blocks institucionales).
¿Dónde carajos quedaron las reformas, entonces? ¿Qué salió mal?
Después de mucho pensarlo, he llegado a la política exégesis que dicta que Vicente Fox falló en reformar al país por dos razones fundamentales: porque es un hombre demasiado sincero y sobretodo, por tener buenas intenciones.
Como he repetido hasta el cansancio, aborrezco las buenas intenciones y creo que el malecón de la Estigia está pavimentado con ellas.
Un liberal no puede ser bienintencionado ni creer en las buenas intenciones de nadie. Jamás.
Un liberal cree en los incentivos de las personas (y cuida y combate los factores que pueden interrumpir su racional ejercicio, como los paradigmas o el eyo).
En una empresa, se supone que los que la conforman están incentivados a trabajar por su bien y saben que ayudar al director a cumplir sus metas mediante el esfuerzo redituará en su propio bien. A Fox se le olvidó que México no es Coca-Cola. Que en política, hay gente dispuesta a ver fracasar al país con tal de joder al que gobierna y asumirse así como la salvación (Léase "Camino de Servidumbre" porfa).
Fox no supo entender esto, y cuando lo entendió y supo que quien tanto le molestaba era el enemigo a vencer; se enraizó en una pelea estúpida y torpe. El problema no fue tanto querer terminar con López Obrador (muchos quisiéramos hacerlo con nuestras propias manos), sino que se notó demasiado y eso en política es mortal. Pregúntemne a mí, si no.
Por sinceridad y por buenas intenciones Fox se hizo pasar por un optimista paleto (esa idea de "Foxilandia" me revienta como pocas de las imbéciles creaciones de la "intelligentsia" mexicana), por un lenguardo imprudente y sobretodo, por un camorrista que a la hora de los mandrakes era un cobarde.
Muchos dicen que Atenco marcó el rumbo de un gobierno que nunca se atrevió a levantar el garrote para garantizar libertades y propiedad, con lo que sus malquerientes supieron que si no lo hacía ahí no lo iba a hacer nunca; y lo trajeron de encargo de ahí hasta el final épico-fársico de la pelea en la tribuna. Me inclino a pensar que la máxima liberal de "vive y deja vivir" se le incrustó demasiado fuerte al Chente. De hecho, ésta es una fuerte duda del liberalismo: Hasta qué punto se debe permitir la libre acción de quien está dispuesto y tiene el potencial de terminar con las libertades por las que luchamos. (Prometo un post del tema.)
Al fin y al cabo, todo el resto es cortina de humo. ¿Es inculto? Sí, pero no más que ese redomado pendejo de Tabasco que salió con peores (o supo esconder su ignorancia mejor: "por estrategia"). ¿Es mandilón? Prensa rosa. (Acabo de ponerle un nick a Olga Wornat: la Rita Skeeter del periodismo latinoamericano). ¿Lo de los hijastros? Nunca se comprobó. ¿Fraude electoral? Un asunto de fe para los colectivistas que padecen retraso mental.
El problema siempre estuvo en las buenas intenciones. Uno no puede ser bienintencionado en el juego del poder. Se pueden tener los sueños que uno quiera, pero existe una realidad, fuertemente limitada por el diseño institucional, que muchas veces obliga al jugador a usar expansiva o discretamente la horrible frase del tío Nick Mack (sí, con el que tengo una foto haciendo "Machiavelli Rocks!"). La alternativa es la ingenuidad, las buenas intenciones, los sueños color de rosa y de ahí, el camino al infierno, o más bien, el camino de la servidumbre.
Es la enorme contradicción humana para mí y el centro del nudo de la dicotomía.
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