miércoles, 12 de marzo de 2008

Sobre la nacionalidad de una persona

Transcribo a continuación un artículo de Arturo Damm, profesor de economía en mi H. Universidad, acerca de lo estúpido que es el nacionalismo a ultranza, entendido según la frase de George Bernard Shaw de "el nacionalismo es la creencia de que tu país es mejor que otro sólo por haber nacido en él".

Haber nacido en esta o aquella nación es algo que, literalmente, le sucede al ser humano. En todo caso pudo haber sido una elección de los padres, pero no, ¡obviamente!, del hijo, quien, en un momento dado, puede rechazar la nacionalidad que le dieron sus padres, poder que es, antes que otra cosa, un derecho de todo ser humano: elegir, conscientemente, nacionalidad o, inclusive, rechazar cualquier nacionalidad.

Hay que distinguir entre nacionalidad y cultura, sin olvidar que dentro de una determinada nación operan diferentes culturas, siendo que la nacionalidad impone límites, mientras que las culturas, si son realmente tales, ensanchan horizontes. Yo puedo querer no ser mexicano, en cuanto a la nacionalidad, y aún así participar gozosamente de la cultura mexicana, de esa singular manera que tenemos o mexicanos de vivir, como singular es, al final de cuentas, la forma de vivir. Lo que importa es la cultura, espontánea, no la nacionalidad, artificial, y el problema surge cuando, quienes detentan el poder político, y por lo tanto son capaces de obligar al ser humano a actuar, o no actuar, de determinada manera, quieren encerrar la cultura dentro de los límites impuestos por la nacionalidad, como si ésta, además de origen fuera destino, como si, aparte de origen casual, tuviera que ser destino causal. Tuviera que ser…

¿Cuál es el origen de esa intención que, una y otra vez, se apropia del discurso político y del poder gubernamental? La creencia de que lo importante es la nacionalidad, siendo que, bien vistas las cosas, la nacionalidad es lo de menos, algo accidental, algo que nos sucedió, suceso que estuvo fuera del alcance de nuestra decisión y elección. La nacionalidad es lo de menos, menos para los gobernantes, quienes tienen poder sobre los gobernados, precisamente en función de la nacionalidad de estos, razón por la cual, al final de cuentas, no hay gobernante que no sea, en mayor o menor medida, de una u otra manera, nacionalista, no en el sentido de origen casual, sino de destino causal, al grado de creerse con el derecho, que no pasa de ser poder, de exigirle al gobernado el sacrificio de su vida por la Nación, por el simple hecho de portar esa nacionalidad. ¿Puede haber mayor arbitrariedad de parte del poder político? ¿Puede haber mayor amenaza para el ser humano que la de otro ser humano con el poder de, por el simple hecho de portar una determinada nacionalidad, obligarle a sacrificar su vida?

¿Tenemos los seres humanos el derecho a cambiar de nacionalidad? Sí. ¿Y a rechazar cualquier nacionalidad? ¿A ser solamente uno, persona, individuo, no mexicano, no español, no alemán, sin tener que hacer honores a alguna bandera (que no pasa de ser un pedazo de tela) o reverenciar algún himno (que no pasa de ser un conjunto de notas musicales)? Sí, por más que muchos, comenzando por quienes detentan el poder político, se opongan rotundamente, ya que ello atenta contra el poder que, muchas veces arbitrariamente, ejercen contra los gobernados que lo son, no lo olvidemos, porque portan una determinada nacionalidad, como si el origen casual fuera más importante que el destino causal.

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